Archivado en | Destacados, Pensamientos

Pero Pablo, ¿qué hemos hecho?

Publicado el 29 junio 2016 por manuguerrero



MADRID 21/04/2016 Política. Pablo Iglesias en presentación libro de Carlos Fernández Liria, en la facultad de Filosofia de la U. Complutense En la imagen Pablo Iglesiaa FOTO de AGUSTIN CATALAN

Las papeletas electorales son como los exámenes de tipo test. Uno se decanta por una opción pero no explica los porqués. A veces la X marca una posibilidad que te convence, otras como descarte a las demás o incluso -esto es más común de lo que parece- denota un voy a probar a ver qué ocurre. De modo que no es fácil interpretar los resultados. Solo cierta habilidad y mucha experiencia ayudan a comprender lo que está pasando.

Es exactamente lo que le sucedió a Pablo Iglesias el pasado 20 de diciembre, que no supo ver lo que había detrás de aquellos 5 millones de votos que le apoyaron. A comienzos de marzo, cuando aún existía margen para maniobrar, yo lo expresaba así en mi perfil de FB.

Captura de pantalla 2016-06-29 a las 12.58.58

Ahora creo que llevaba razón…

Iglesias fundó su partido en 2014 y fue tan ingenuo que se veía en La Moncloa tan sólo 2 años después. Hubiera sido insólito en la historia de este país y me atrevo a opinar que una apuesta demasiado arriesgada por parte del electorado. Con más de 5 millones de apoyos tuvo una ocasión de oro para convertirse en decisivo, demostrar su voluntad real de acabar con el gobierno de la derecha y hacer ver a todos (simpatizantes y detractores) que a pesar de su juventud tenía la madurez suficiente para asumir responsabilidades. Todo eso fue mandado a la papelera rechazando, la misma noche electoral, su apoyo a que Pedro Sánchez fuera el nuevo presidente del gobierno. Tras el recuento de diciembre consideró que el millón de votos de IU le hubiera valido para el famoso sorpasso que esperaban en el primer intento. Con esa estrategia lo tenía fácil: le bastaba pedir un referéndum en Cataluña para no cerrar un acuerdo con un partido federalista y constitucionalista.

Pero ya se sabe: la avaricia siempre rompe el saco.

Ahora Pablo Iglesias queda como el máximo responsable de los más que previsibles y merecidos 4 nuevos años de Mariano Rajoy. Pudo apoyar a Sánchez y exigirle buena parte del programa que le dio relevancia social: lucha contra el fraude y la corrupción, derogación de la Lomce y la reforma laboral, nueva ley electoral, así como otras medidas de corte social. A Podemos se le votó en diciembre para eso: no para que se encargara de gobernar el país, sino para que lo condicionara. Podemos debió comprender que aquello de su programa que chocara con el PSOE debía esperar hasta convertirse en la primera fuerza de la izquierda. Ser tercero en los resultados es lo que tiene, el juego democrático es así…

Fusionarse con Izquierda Unida mandó al traste su gran virtud, la transversalidad. Olvidaron que España sigue siendo un país sociológicamente socialdemócrata, y que cuando se enfada con el PSOE (que tantos motivos da, por cierto) no lo castiga votando al Partido Comunista sino al Partido Popular. Integrar a los comunistas en sus filas no hizo más que resucitar viejos miedos. Muchos de quienes votaron en diciembre a Ciudadanos han vuelto al PP, no tanto decepcionados con los de Rivera sino para evitar a Iglesias al frente del gobierno. Es comprensible: los electores también tienen sus estrategias y cuando ninguno les convence eligen aunque sea tapándose la nariz.

Al contrario que Albert Rivera, Pablo Iglesias quiere todo o nada. Tiene oratoria pero no cintura política. Su error ha sido tan grave que la socialdemocracia de base no se lo perdonará. Sobre su ambición personal recaerán las consecuencias de las políticas conservadoras de esta legislatura. Creo que su partido debería ser tan tajante con él como lo fue con Monedero o Pascual. Y dejar paso a quienes sí apostaron por un gobierno moderado de progreso. Fue el mandato de la gente y eso, les guste o no, en política ha de ser lo primero.

Artículos relacionados

Responder

Social Widgets powered by AB-WebLog.com.