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El político soy yo

Publicado el 08 noviembre 2011 por manuguerrero

Estos días todo el mundo habla de las elecciones. Es lógico y natural, quedan menos de dos semanas para elegir al nuevo presidente y la situación económica y social de nuestro país –España- es totalmente desastrosa. Varios datos lo dicen todo: cinco millones de personas sin empleo y más de un millón de familias sin ingreso alguno en su hogar. No digo nada nuevo y no quiero, una vez más, redundar en lo que todos conocemos: que estamos metidos en un auténtico atolladero. Porque creo que lo que debe ahora preocuparnos seriamente es cómo salir de este laberinto.
Tengo la impresión de que todos tenemos en la cabeza algunas ideas de cómo salir de esta profunda crisis, pero que, en cambio, nadie mueve un pie para dar el primer paso. ¿Por qué? Achacamos única y exclusivamente al Gobierno la responsabilidad de sacarnos de aquí. Pero ¿estamos equivocados? Posiblemente sí. Me explico. Decía Bernard Shaw que «la democracia es un sistema político que asegura que el pueblo nunca tiene un gobierno mejor del que merece», lo que nos lleva a deducir que solo tendremos un gobierno mejor cuando nosotros seamos unos mejores ciudadanos, y cuando sepamos adoptar las decisiones acertadas.
Yo, ahora que llega el fin de un año y el consiguiente comienzo de otro, les invito a reflexionar sobre qué hacemos cada uno de nosotros para mejorar la situación general de nuestros vecinos, especialmente de aquellos que lo están pasando mal o francamental mal, que por desgracia son demasiados. Por supuesto, no les estoy pidiendo que hagan una generosa donación a un amigo en apuros –algo que él les agradecerá, por supuesto- sino que tengan conciencia de inversores cada vez que piensan ser solo consumidores. Porque los pequeños gestos, cuando se contagian y se normalizan, pueden cambiar el orden de las cosas. Entenderán que no es lo mismo comprar un kilo de naranjas en una multinacional que comprarlo en la frutería de la esquina. Nuestro dinero no acaba igual de repartido (ni beneficia a los mismos) si nos hacemos con un libro en la librería de nuestro barrio que si lo compramos en El Corte Inglés. O un bolso de un artesano local frente al que podemos encontrar en un bazar asiático. Efectivamente, pensarán que en algunos casos hay unos euros de diferencia (lo sorprendente es que no siempre es así, o incluso que el autóctono es más barato), pero ahí lo que les decía de su rol como inversores. ¿Prefieren invertir en las oscuras fábricas de la periferia de Pekín –donde no se respetan los derechos humanos y donde cada vez más trabajadores se suicidan porque no soportan unas condiciones laborales de semiesclavitud- que en la industria local, donde existen unos horarios conveniados, unas pautas de igualdad y unas condiciones mínimas de higiene y seguridad? Y ojo, que no hablo de autosuficiencia, pero sí de mirar con lupa dónde guardamos o gastamos nuestro capital. ¿Realmente piensan que es lo mismo “invertir” en Brasil que en China? ¿Piensan de veras que el dinero “malgastado” no vendrá jamás de vuelta en forma de pobreza o de recortes al bienestar, que el dinero no es un justo bumerán?
Propongo para este momento tan delicado que todos asumamos el papel de gestores de la res publica, de políticos, que pensemos día a día en lo que hacemos y de qué modo podemos beneficiar a la comunidad en la que vivimos, que no es otra cosa que pedimos a quienes votamos para la Administración. Porque a menudo les culpamos de hacerlo fatal, pero rara vez demostramos que se puede hacer mejor.

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