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Cecilia González: “Incomoda que una mujer sea puta y esté bien con ella misma”

Publicado el 12 marzo 2024 por manuguerrero

Cecilia González (Cádiz, 1993) se define como ‘queer lady’ y mujer de campo. En redes sociales es conocida como Antropoploga aunque también la podrás encontrar aquí en su faceta de profesora de baile. Ella, a pesar de su juventud y de sentirse feminista, es una clara defensora de descriminalizar la prostitución y el trabajo sexual. “Las trabajadoras sexuales que ejercen de forma voluntaria este trabajo pueden solas (y de hecho lo están haciendo) gestionar sus horas, sus contratos, sus sindicatos y los acuerdos que necesiten desarrollar para seguir ejerciendo su labor libremente. El estado debe encargarse exclusivamente de que tengan derechos y garantías sociales, igual que otros trabajadores.” Y no es la única bomba que suelta, también es tajante con el cine X: “el porno no tiene la culpa de la mala educación”; y con el preocupante fenómeno de las manadas: “Los hombres que violan a las mujeres tienen miedo de ellas”. Lo dice ella, que fue víctima de una agresión sexual que le dejó secuelas y que tardó un mes en descubrir. Una conversación interesante a cuenta de un libro que acaba de publicar, ‘Todos somos gilipollas. Al menos de vez en cuando, pero casi siempre un ratito todos los días’, el libro perfecto para regalar a tu pareja justo antes de cortar con ella.

O para leerlo y disfrutarlo tú. Organizado en diez capítulos temáticos (el amor, las drogas, el sexo, la mente, las inteligencias…), es una invitación a conocerse a sí mismo y al pujante mundo que viene por abajo, el de los ‘millenials’, el que lo invade todo con sus conceptos, sus hábitos y su rompedora forma de ver el mundo. Si pensabas que ya habías vivido todas las revoluciones posibles, prepárate para lo que viene después.

-Buenas tardes, Cecilia. Me gusta servir un trago a mis invitados. ¿Qué quieres tomar durante esta conversación?

Un té calentito.

-Tenía muchas ganas de una larga conversación contigo. El día que te conocí, a cuentas, fíjate, del twerk, me pareciste una mujer muy interesante. ¿Quién se iba a esperar que tras una profesora de perreo iba a encontrarse una antropóloga como tú? Qué gustazo da derribar cualquier tipo de prejuicio… Supongo que no seré el único que se sorprende con tu doble faceta, ¿verdad?

Efectivamente, no eres el único que se sorprende de mis múltiples facetas. Yo misma paso gran parte del tiempo sorprendida de mí, pero sobre todo de la cantidad de contradicciones que hay en mi interior. Yo siempre he leído y escrito mucho. Y desde muy pequeña me gustaba la música, bailar. También hablo varios idiomas: profesionalizarme para ser profesora de danza era la vía para dos cosas; aprender este otro idioma que es bailar, y mantener una frecuencia en esta actividad. Sobre la antropología, aprendí lo que era este campo cuando tenía 17 años y ahí vi una infinidad de posibilidades para observar el mundo y participar en él. Una de las formas en las que participo y me comunico con el mundo que me rodea es la danza. 

-¿Por qué crees que hay tantos prejuicios en torno a esa música?

Realmente creo que hay prejuicios con todo lo que nos choca culturalmente, y con todo aquello sobre lo que somos ignorantes. Si nos preguntamos por qué, vamos a toparnos con un mundo de respuestas, yo creo que a mucha gente que está incómoda consigo misma, le incomoda que otras personas bailen, o que muevan el culo, que es una parte muy grande del cuerpo y llama mucho la atención. El twerk tiene que ver con una mezcla de otras danzas, todas enfocadas en la transformación de energía a través del movimiento, especialmente de la pelvis. Y esto tiene profundos significados espirituales, difícilmente explicables con palabras, pero que se pueden transmitir de forma más sencilla a través de la práctica. En resumen, te diría que quien tiene prejuicios con un tipo de música y/o de danza, debería acudir a un par de clases. La medicina para la mente fácilmente puede estar en mover el culo, ¿por qué no?

-¿Qué cultura hay detrás del twerking

La palabra twerk es un neologismo derivado de work -trabajo en inglés-, nace en Nueva Orleans, por la mixtura de culturas afrodescendientes en esa región. Tiene influencias del hip-hop (porque empezaron a popularizarlo los hombres negros en la calle), de la danza mapouka (de Costa de Marfil), el dancehall de Jamaica o el funk brasileño. El twerk tiene también que ver con la supervivencia cultural a la censura durante y después de abolirse la esclavitud en Estados Unidos. Y además, con la creación de espacios seguros donde mujeres y población LGTBIQ+ podían expresarse libremente. Hay mucha historia y cultura detrás del twerk, esta respuesta puede alargarse a una Ted Talk y voy a evitarlo en la medida de lo posible.

-A menudo se critica el perreo por la sexualización extrema, es decir, por sus movimientos “demasiado” sexualizados. ¿Tú notas miradas diferentes a cuando bailas otros géneros musicales?

Yo, como explico en mi primer libro, soy una mujer altamente sexualizada. Y también soy muy sexy y femenina. Baile lo que baile, creo que me sale sexy. De hecho no soy de meterme en batallas, me gustan más las coreos, o bailar por bailar, que transmitir esa energía de “aquí estoy yo marcando territorio”. Me gusta fluir. En definitiva, no noto la diferencia entre un estilo de baile u otro, los que somos bailarines, artistas o apreciadores del arte vemos una expresión independientemente del estilo. La “sexualización” está más en el ojo del que mira. Por cierto, perreo y twerk no son lo mismo. El origen del perreo está en  el reguetón de los años 90. Y los movimientos “demasiado sexualizados” de los que hablas, pueden darse porque el baile sea específicamente sexy, aunque también se puede hacer todo lo contrario. Yo, para más inri de quien quiera criticar o sexualizar, también bailo pole dance. Empecé con el pole antes que con el twerk, el hiphop y el afro, pero ser profe de las disciplinas de tierra era más fácil, por eso me he titulado antes como profe de eso. El pole tiene muchos prejuicios porque la gente sólo conoce la barra como una herramienta utilizada por strippers, pero también desconocen los orígenes, la cultura, los diferentes tipos de danza que hay, y el hecho de que sea una disciplina que requiere de tanta entrega. El pole es, para mí, muy inspirador, y además te deja un cuerpo bien fuerte. Además se puede combinar con todos los demás estilos de danza, porque sigue siendo eso: una vía de interpretación y comunicación.

-¿Por qué crees que el reguetón ha tenido ese éxito tan descomunal? Ha barrido a todos los demás estilos entre quienes tienen menos de 30 años…

Porque tiene un sentido político de la calle. Por su sencillez, y por ser transparente. Está lejos de ser pretencioso. Los reguetoneros “ronean”, o “frontean”, pero están conectados con lo básico de la vida: el amor, la familia, pasarlo bien, no rayarte la cabeza con mierdas, tener dinero y vivir cómodo.

-¿Es la música de la generación ‘millenials’? 

Voy a decir que sí por dar por culo a los indies, la verdad jajaja… Pero en realidad hay mucho de todo, la música es universal y muy diversa como para asignar un género a toda una generación.

-Poco después de conocerte bailando twerking pude leer ‘Todos somos gilipollas’, un libro que acabas de publicar y que me parece un interesante ensayo sobre la estupidez humana. ¿Qué te incitó a escribir sobre este tema?

Primero, que estaba tremendamente enfadada. Estaba en pleno descubrimiento de que estoy loca, demente, colgada como los jamones en las ventas. Se había muerto la abuela que me quedaba viva, en 2022. Estaba en mi vigésimo tercera relación tóxica de pareja, sin trabajo, sin coche y viviendo en mi pueblo, al que amo por muchas cosas, pero que me aburría y entristecía a ratos porque me faltaban conexiones profundas, y porque empatizo mucho con las personas que sufren la falta de eficiencia consigo mismas. Empecé a escribir porque yo necesitaba aclararme mis ideas, aclarar mi propio funcionamiento, lo que me hacía humana, lo que no me gustaba de mí. No podía ser que el mundo fuera una mierda, que todo el mundo estuviera mal, o podía ser; pero necesitaba tomar lo que estaba dentro de mí, y dependía de mí hacer, para estar 100% en paz conmigo misma. Tener claridad. A partir de esa claridad, pensé, ya decidiría si merecía el esfuerzo seguir en el planeta, o era mejor tomarme una caja de diazepanes y decir “hasta luego maricarmen”. En resumidas cuentas, me puse a escribir por no matarme. Porque cuando lo hice ni me soportaba a mí misma.

-¿A qué te refieres exactamente cuando dices que somos gilipollas? Porque tengo la impresión de que, como insulto, utilizamos “gilipollas” en situaciones muy dispares… Y que, además, nadie se autodefine como gilipollas, el menos, como ser. Otra cosa es hacerlo de vez en cuando…

Específicamente me refiero a la falta de consciencia. A desconocer las leyes del universo, los mecanismos de funcionamiento de nuestro cuerpo y nuestra mente. A desconocer nuestro potencial como humanos, por estar distraídos y sobreestimulados con costumbres y patrones de conducta obsoletos. Ser gilipollas es estar desconectado de ti mismo, de tu verdad y de tu ser auténtico. Significa que olvidas lo que eres -una manifestación del universo y un alma inmortal- y te identificas en exceso con el personaje que interpretas en lo mundano. Aquí quizá me pongo en exceso espiritual, y no me gustaría que me confundieras. Se puede -y se debe- bajar a tierra con dignidad y paz. Vivimos en  un mundo material, pero debemos, también, hacernos conscientes de nosotros mismos y de las leyes básicas que rigen la vida.

-En el título has utilizado el masculino genérico, pero a menudo, en el ensayo, utilizas directamente el femenino, que a mí como lector hombre no me ha incomodado en absoluto (es la primera vez que me encuentro en esa situación, la verdad). ¿Por qué has navegado entre ambas opciones? ¿No te planteaste en algún momento titular también en femenino?

No, Manuel, no me lo planteé la verdad. Me salió ese título, y luego escribiendo me sale a veces femenino y masculino genéricos. Al fin y al cabo, somos personas, que es femenino. Y a varias generaciones, aunque no a todas las que conviven hoy sin matarse, nos han enseñado el masculino neutro. Estoy cómoda con todos los pronombres, y me gusta pensar que transmito esa comodidad al lector. En otros idiomas la gente no se come el coco tanto porque no hay tanta distinción por género, hay más neutralidad. En inglés por ejemplo antropólogo y antropóloga es “Anthropologist”, bailarín y bailarina es “Dancer”. Da más igual.

-Me encanta el subtítulo: “Al menos de vez en cuando, pero casi siempre un ratito todos los días”. ¿Cuándo ha sido la última vez que te has sentido gilipollas?

El subtítulo se lo debemos a mi padre Juan Carlos, que me dijo “chiquilla, pon ‘de vez en cuando’, para que la gente no se ofenda tanto”. Y ya en un brainstorming con él y conmigo misma, decidí que fuera así de largo. A lo largo del libro se explica qué mecanismos humanos nos llevan a desviarnos diariamente de la consciencia, y comportarnos como gilipollas. Y la última vez que me he sentido gilipollas ha sido esta mañana, cuando me percaté de un diálogo interno que estaba teniendo enfadada por una tontería que no tiene sentido.

-¿Qué nos conduce a esa gilipollez permanente?

El ego, las voces en nuestra cabeza, creernos demasiado alguno de los personajes y máscaras que tenemos para sobrevivir en el mundo en el que vivimos. 

-¿Nos falta o nos sobra raciocinio? ¿Pensar más o sentir más, dónde está la clave de la cuestión?

La clave siempre estará en el equilibrio. La mente tiene una labor: pensar. El cuerpo se encarga de sentir. Son algunos de los trabajos para los que están programados estos “dispositivos”. Es muy difícil o imposible que paremos de pensar, así que hay que modular ese pensamiento, usarlo a nuestro favor, convertirlo en una herramienta de la que podamos hacer el mejor uso. No nos sobra raciocinio, nos faltan a veces herramientas de autogestión, sabiduría y equilibrio con el sentir. Somos un ser, con una mente y un cuerpo, ambas maquinarias están a nuestro servicio. Sentir es para nosotros igual de necesario e inevitable como pensar. 

-El libro está dividido en diez capítulos temáticos y no sé por qué, pero tengo la impresión de que en el ámbito donde más gilipollas somos todos, y durante más tiempo, es en el amor. ¿Estás de acuerdo? ¿Sabrías contarnos por qué tropezamos siempre con la misma piedra?

A lo mejor porque la piedra nos gusta, a lo mejor porque nunca nos enseñaron lo que era un diamante jajaja…  En realidad no lo sé, en esta pregunta no sé cuál es “la misma piedra” para ti. Yo en el amor nunca he tenido dos historias iguales, nunca hubiera podido decir que cometí el mismo error dos veces. Incluso creo que no he cometido errores, sino que he pasado pruebas para llegar a aprendizajes. El amor me encanta en todas sus manifestaciones, es la fuente. Está adentro mía, y adentro tuya.  Lo que sí es verdad es que funcionamos en amor, o funcionamos en supervivencia. Hay un rasgo binario en el comportamiento cerebral: o estamos “en amor” o estamos “en miedo”. Y las relaciones afectivas que tenemos en la vida adulta son un reflejo de lo que llevamos en nuestro interior, que a su vez responde a condicionantes culturales y familiares, y se graba en la memoria celular. Creo que cada generación mejora con respecto a la anterior en la sanación del linaje, pero que seguimos arrastrando taritas hasta que aprendemos a deshacerlas y sanarnos. Mientras más taritas tengamos, y mientras menos conscientes de ellas seamos, más “piedras parecidas” encontramos en el camino.

-¿Se puede ser inteligente en las relaciones sentimentales? ¿Son compatibles el amor y la inteligencia? ¿El amor se aprende?

Manuel, la respuesta a estas tres preguntas es afirmativa. Y a la última, he de añadirle algo: el amor se aprende, y se construye. Cuanto más aprendas, mejor construyes. En el amor, como en la vida, tener una actitud de aprendiz es para mí el mayor bienestar.

-El libro está constantemente salpicado por episodios de tu vida personal, uno de los aspectos que me han resultado más interesantes… ¿Te ha costado trabajo decidir qué te atrevías a contar de tu vida y qué no? Es decir, ¿te has ruborizado escribiendo algo y te has obligado a borrar? Porque, claro, estamos hablando de los pasajes más “gilipollas” de ti y de tus exparejas…

Si tú crees esto, es que no sabes efectivamente a dónde puede llegar la estupidez humana, más específicamente la mía (ya te digo que muy lejos). Porque estos pasajes que cuento, no son los peores de mi curriculum. No me da vergüenza reconocerlo, no. No tengo de eso que llamamos vergüenza, la experimento a veces, pero en seguida me regulo porque me acuerdo del dicho ese “con la vergüenza no se come ni se almuerza”. Además, como ya sabes porque se explica en el libro, la vergüenza es una emoción, como la culpa, la alegría o el miedo. Y como emoción, libera unas sustancias en el cuerpo; esa carga energética sirve para avisar de algo adentro mío, pero en seguida la transformo en agradecimiento y aprendizaje, que me parecen más proactivos.

-¿Has tenido que pedirle permiso a alguien para contar algo vuestro o eso hubiera sido hacer el gilipollas?

No he pedido permiso, no… No estoy segura de si algúnx [sic] de mis ex leerá mi libro. En caso de que lo hagan y se vean reflejados en alguno de los perfiles que describo, seguramente hayan trascendido esa etapa compartida de nuestras vidas. Yo creo que soy una persona diferente a la que vivió las cosas que cuento en el libro, también he cambiado con respecto a la persona que las contó. Sería muy egocéntrico pensar que yo soy la única que ha cambiado. Y sí, sería un poco de gilipollas pedir permiso para contar las cosas que he vivido yo, sobre todo teniendo en cuenta que mantengo el anonimato, y que los perfiles de “mis exparejas” son ficticios, no fieles a una realidad única y personificada. He mezclado características de uno y de otro, o hecho hincapié en alguna parte para dar a entender lo que quería en cada momento.

-Haces alusión, por ejemplo, a una pareja tóxica que tuviste en el pasado y de las secuelas que te dejó… ¿El amor nos marca la vida? ¿Nos determina el carácter?

Todas las experiencias de la vida contribuyen a determinar el carácter. Las experiencias son para eso, para experimentarlas y que hagas con ellas lo mejor para ti. Creo que tenemos muchas vidas. Y que nos marca más lo que decidamos hacer con las experiencias que nos han tocado vivir, que la experiencia en sí. Esto lo creo porque a ti y a mí nos puede pasar eventualmente lo mismo, por ejemplo que nos reunamos con Juan y Medio. Y para ti y para mí, el mismo suceso va a significar cosas diferentes.

-¿Los millennials estáis reinventando el amor?

Todo se reinventa constantemente. Los ‘millennials’ estamos a veces sobrevalorados. O se nos atribuye mucho protagonismo. Hay gente despierta en todas las generaciones, y el amor es una energía y es universal. Con esto quiero decir que sí; el amor está teniendo nuevos entendimientos en muchas esferas, estamos pudiendo relacionarnos mejor, pero eso es porque cada vez arrojamos más luz a las relaciones interpersonales, y a nuestras propias necesidades en la interacción social. En resumen, no solo los ‘millennials’, cada vez más personas deciden su modo de vida y de relación con consciencia y una buena voluntad de tomar las decisiones que les lleven a crecer en pareja y ser felices en la autenticidad.

-¿Cómo se llevan el amor y el capitalismo ultraliberal?

El amor se lleva bien con todo. Creo que no se puede comparar con el “capitalismo ultraliberal”, en tanto son dos cuestiones de diferente índole. Pero sí podemos decir que el capitalismo extremo, o las conductas tóxicas en base al consumo, a veces nos radicalizan y nos confunden. Hacen que se nos olvide lo básico, y que empecemos a creer ideas limitantes sobre la posibilidad de “consumir el amor”. El amor es energía, se transforma constantemente. Está en movimiento. El dinero es parecido, es una energía o una manifestación física de los intercambios energéticos. El capitalismo extremo, que compra y vende vidas y derechos, amistades, experiencias anestesiantes para interferir con nuestro mundo interior, y por tanto con la fuente infinita de amor que somos: sí eso no se lleva especialmente bien con nuestra naturaleza humana.

-Me da la impresión de que se está cociendo una nueva revolución sexual. Y me refiero, no solo a la bisexualidad, al poliamor… sino también a la identidad sexual fluida. Como antropóloga y como joven, ¿qué opinión tienes sobre esa transformación?

La revolución es un cambio de paradigma. Creo que sí está sucediendo dicho cambio, pero que el resultado es que las categorías cerradas de orientación sexual y  género pierden importancia en el imaginario colectivo. Creo que las nuevas generaciones entienden la realidad más como lo que es, una secuencia de patrones de energía, no algo estático. Pienso que los que vienen después que nosotros, ya aceptan sin planteárselo que hay gente con dos parejas, que hay mujeres con pene, y que no siempre se es igual de “hetero”. Yo creo que se va suavizando con el tiempo todo aquello que no es fundamental.

-A alguien de 60 años le hablas de género fluido y seguramente se quede a cuadros. ¿Cómo se lo podríamos explicar?

La experiencia me demuestra que una explicación sencilla es lo mejor. Yo te digo cómo le diría a mi abuelo, que tiene noventa y pico: “Abuelo, esta persona se llama X, tiene género fluido. Eso significa que no es un hombre ni una mujer. Es una persona neutra”. Mi abuelo trata con dulzura a todo el mundo por igual, no habla demasiado y le resbala todo un poco.

-Y a ese término, le añadimos “pangénero”, “tercer género”, “trigénero”, “agénero”… ¿No estamos complicando demasiado el asunto? 

Sí, las etiquetas nos limitan un poco. Sobre todo si les atribuimos más valor del que posee la fluidez misma de la realidad.

-¿Y siguen existiendo tabúes respecto a la sexualidad? ¿Cuál es el tema más incómodo entre la gente de tu generación?

Creo que lo más incómodo es la prostitución, y el consumo y desarrollo del trabajo sexual. A la gente ajena a estas realidades les cuesta reconocer que convivimos con ellas, y los usuarios de servicios a menudo sienten vergüenza de consumirlos. No está para normalizado. Es paradójico porque sin consumidores no habría industria.

-Dicen que la generación ‘millennials’ es la generación invisible, la que siente que no es vista ni oída. Sin embargo, los de la generación X, es decir, la mía, lo que percibimos es una revolución, o una invasión de la identidad ‘millennials’: su cultura, sus hábitos, sus conceptos…

Hablé con un amigo hace poco que decía “la vejez es darte cuenta de que el mundo deja de pertenecerte”. Es un poco fatalista pero tiene algo de verdad la afirmación. Mira ahora, la quinta más chica que la mía, se desvive por el K-Pop [género musical popular procedente de Corea del Sur], cosas de cultura oriental, astrología, y otras áreas de la cultura pop que yo no consumo ni me mueven curiosidad. Puedo sentir que no me pertenece, pero también puedo sostener la matrix que me parezca mejor para mi vida. Hay que adaptarse, y coger el protagonismo que uno quiera y necesite sin victimismo.

-¿El #seacabó ha sido una revolución ‘millennial’?

Supongo que sí. El trauma colectivo, o esa sensación grupal de que no somos vistos ni oídos, viene de años reprimidos por un “mundo adulto”, al que se suponía que íbamos a llegar, pero que se ha estropeado por el camino con la inflación y las deudas territoriales. Pero eso también ha hecho que seamos la generación que empieza a señalar las violencias. “Los de cristal” nos han querido llamar, porque “todo nos afecta”. Pero lo cierto es que si la sociedad es disfuncional, es ésta la que está enferma, no nosotros. Resulta incómodo, pero hemos hecho bien en empezar a despertar.

-¿Existen disensiones relevantes entre los ‘millennials’ en torno a este movimiento iniciado con el #MeToo?

Sí. Realmente hay mucha diversidad de opiniones dentro de la misma generación. Yo, por ejemplo, soy ‘millennial’, podría considerarme feminista en algunos círculos, y a su vez no comulgo con una parte maistream del feminismo que nos adjudica un rol casi exclusivo de víctima a todas las mujeres. Creo que tenemos más capacidad de agencia de la que este movimiento ilustra.

-Por una parte, vemos que hemos puesto el foco en el “no es no”, pero por otra parte no cesan las agresiones grupales, las violaciones y un fenómeno extraordinariamente preocupante: la violencia machista se ha disparado entre adolescentes y jóvenes… ¿Qué está fallando? ¿Tiene alguna responsabilidad el porno consumido a edades tempranas? 

La responsabilidad de ninguna cuestión social es de un producto cultural. Me explico: el porno no tiene la culpa de la mala educación, como internet no tiene la culpa de los ciberdelitos. Esta afirmación de que “la violencia machista se ha disparado” es algo que observas tú, pero no necesariamente es la verdad absoluta. Vivimos en una simulación constante, una performance de esto que llamamos vida: nuestras ideas y pensamientos soportan la matrix mucho más de lo que creemos. Es decir, la realidad  que se observa depende mucho del lugar del observador.

-En el libro cuentas que en 2016 sufriste una agresión sexual que no percibiste hasta un mes después. ¿A qué te refieres con eso? ¿No eras consciente de que estabas siendo agredida? ¿Qué te hizo percatarte?

Efectivamente, durante el tiempo que duró la agresión no fui consciente. Esto sucede porque el cuerpo y la mente se paralizan para sobrevivir. Luego entré en lo que se conoce como “estado de shock postraumático”. Durante ese mes tuve algunos síntomas exclusivamente físicos como heridas, moratones, sangrado, dolor. Y síntomas psico-somáticos; ansiedad, estrés, ataques de pánico, pérdida de apetito, desequilibrios en la líbido, pesadillas, pérdidas de memoria. En un momento de calma hablando con una amiga, tumbadas en una cama después de habernos bañado en la piscina, pensé “creo que tal día, en tal encuentro, esta persona abusó de mí”. Luego hablé con una conocida que sabía que había sufrido una violación por sumisión química, y ella me llevó a investigar en el sitio “mehanviolado.com”; en esta página se ilustran las posibilidades de síntomas que puedes padecer después de una agresión, así como el hecho -bastante común, por lo visto- de que muchas víctimas no sepan con certeza lo que les ha sucedido. Una vez que leí ahí lo tuve claro. Luego fue cuestión de ir a terapia y empezar a aceptar lo que ocurría. Alimentarme bien, dormir, hacer yoga, tener buenos hábitos en definitiva, y acudir a terapia fueron mis herramientas para superar aquellos meses difíciles, y aquella experiencia que por otro lado ya puedo agradecer porque me ayudó a conocerme más, a crecer, y a conocer más las paradojas del ser humano.

-¿No es fácil para la víctima distinguir claramente el sexo consentido del que no lo es?

Yo diría que no es fácil para el agresor jajajaj… El agresor es el que decide, el que marca el patrón de ser agresor y de que haya una víctima. Y cada caso es diferente, pero en la mayoría de situaciones la “maldad” o la inhumanidad que atribuimos al agresor o agresores no es otra cosa que una falta de consciencia, un retraso madurativo, un déficit en la inteligencia emocional. Esto sucede más entre hombres, o hay más agresores hombres porque vivimos en una sociedad patriarcal que acepta como válido un mínimo de funcionalidad en los adultos, que está claro no es suficiente para convivir con el prójimo. Al menos cuando el prójimo somos mujeres. También sé que los hombres agresores están embargados por un miedo atroz al objeto mismo de su agresión: es decir, los hombres que violan a las mujeres, tienen miedo de ellas.

-¿Qué opinas de la ley del “solo sí es sí”?

Estoy en contra de esta ley porque tiene un nivel de intervencionismo en la intimidad y en la libertad individual que es insultante por un lado. Por otro lado; las leyes no educan, las leyes legislan. Y por último, pero no menos importante, esta ley disfraza una censura para las personas que ejercen el trabajo sexual de manera voluntaria, y adjudica a las mujeres en general un rol único de víctima, o de potencial víctima, que nos “libera de responsabilidades”, a la vez que nos quita capacidad de agencia.

-Esa ley, que tanta polémica ha generado dentro y fuera del movimiento feminista, persigue duramente la prostitución, hasta el punto de ilegalizar su publicidad. ¿Tú eres partidaria de abolirla o de regularla?

La prostitución y el trabajo sexual hay que descriminalizarlos. Hoy, ya. Es una hipocresía hacer otra cosa diferente. Luego de descriminalizar, las trabajadoras sexuales que ejercen de forma voluntaria este trabajo pueden solas (y de hecho lo están haciendo) gestionar sus horas, sus contratos, sus sindicatos y los acuerdos que necesiten desarrollar para seguir ejerciendo su labor libremente. El estado debe encargarse exclusivamente de que tengan derechos y garantías sociales, igual que otros trabajadores. Además de imponer medidas reales a aquellos que abusan o se benefician de que el trabajo sexual sea alegal, y de ofrecer alternativas válidas para las personas que quieren dejar de trabajar en este área. Lo que ocurre con los estados abolicionistas es que hacen publicidad de una parte de las leyes, mientras tapan otra; en el caso de España, por ejemplo, ocurre que las asociaciones feministas, y las encargadas de legislar sobre el trabajo sexual, cobran subvenciones por ofrecer alternativas a este trabajo a decenas de mujeres, pero esas alternativas son trabajos esclavos y precarizados como costura o limpieza, además en condiciones coactivas que sólo llevan a las “beneficiarias” de estas medidas a seguir ejerciendo “en la sombra” para que, entre otras cosas, no les quiten a sus hijos.

¿Estás a favor de regular el trabajo sexual?

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-¿Qué es la ‘putofobia’?

El rechazo irracional a las personas que ejercen el trabajo sexual libremente, así como la incomodidad manifiesta de aquellos que perciben a una trabajadora libre y con capacidad de agencia. Incomoda que una mujer “sea puta” y esté bien con ella misma, no incomoda si es víctima y se siente como tal. Incomoda que cobre mucho dinero, no incomoda si tiene un proxeneta que cobra por cada cliente de ella. La putofobia es una disonancia cognitiva como tantas otras que tenemos en esta sociedad. Se resuelve respirando hondo y escuchando a quienes tienen algo útil que decir.

-A la prostitución, el feminismo clásico la persigue  por “mercantilizar del cuerpo”. ¿Y la mente? ¿No es peor prostituir tus ideas, tus sentimientos, tus convicciones? 

Para ti y para mí, Manuel, que somos intelectuales y artistas; definitivamente sí. Es peor prostituir nuestras ideas y nuestros pensamientos. Para algunos sujetos que están un poco crudos, sin terminar de hacer, quizá la sacralidad del cuerpo pasa porque una persona no pueda hacer lo que le dé la gana con él. Yo soy deportista por ejemplo, por épocas tengo que hacer prácticas con mi cuerpo como entrenar o ayunar antes de una competición; hay personas que dirían que estoy mercantilizando mi cuerpo, y otras personas que no. Al final es mi cuerpo, yo decido. 

-Creo que con las drogas pasa tres cuartos de lo mismo… ¿Deberíamos ser valientes, por ejemplo, con la marihuana?

Deberíamos ser valientes con todas las drogas. Con esto no digo que haya que probarlas todas: yo nunca he consumido cocaína, no lo necesito para saber que no me gusta. Hay que legislar para que la gente no haga cosas que la pongan en peligro: como conducir bajo los efectos de las drogas, pero también hay que legalizar todos los usos porque de nuevo no tiene congruencia alguna que haya unas “drogas buenas” y unas “drogas malas”. La ciencia ha dejado claro que esta clasificación entre drogas duras y blandas es baladí, y la historia ha dejado claro que la ilegalidad de las sustancias no cesa su uso, sólo fomenta el mercado ilegal y los peligros para la salud pública.

-No quería finalizar esta conversación sin pedirte algunos consejos. ¿Qué podemos hacer para ser cada día menos gilipollas?

Desde bailar, hasta pasear al perro, pasando por beberte un vaso de agua o peinarte. Cuando pones consciencia en aquello que estés haciendo, conectas con la frecuencia de tu ser auténtico. Generas un momento en el espacio-tiempo de total presencia, y así moldeas la realidad en el ahora. Es nuestra labor como seres humanos, lograr manejarnos a nosotros mismos desde un estado de calma. Mi consejo es que encuentres los mantras que te sirvan a ti, que te alimentes lo mejor posible, que respires y que aceptes la realidad como algo en constante cambio.

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