Archivado en | Destacados, Entrevistas

Francisco Guerrero. EL HOMBRE QUE YA SABE SU FINAL

Publicado el 10 marzo 2013 por manuguerrero

Francisco siempre amó la vida. Y la sigue amando a pesar de todo. Nos damos cuenta nada más cruzar la puerta de su casa. Allá a lo lejos, al fondo del salón, nos espera reposando sobre una silla motorizada. Se tapa con la ropa camilla mientras un manantial de sol entra por la ventana y le acaricia sutilmente la espalda. Desprende una enorme sonrisa. Una sonrisa tan grande que amenaza con escaparse de su cara. La suya es una felicidad contagiosa, de esas que cualquiera pagaría por tenerla siempre a mano. Su mujer y sus hijos están sentados a su alrededor. Tanto las paredes como los muebles están salpicados de viejas fotografías familiares. Parece una casa cualquiera, pero no lo es.

Al hogar de los Guerrero llegó la desgracia hace ahora diez años. Francisco era un hombre con un empleo estable y una mente inquieta. En su tiempo libre disfrutaba estudiando y practicando varios deportes: taekwondo, footing, musculación, natación… Un día, de repente, se sintió algunas extrañas molestias en las piernas. No le dio la más mínima importancia. Pero siguieron repitiéndose hasta que varios meses después aquello empezó a ponerse oscuro. La pérdida de movimientos era drástica y preocupante. El diagnóstico no dejaba lugar a dudas: Esclerosis múltiple progresiva primaria, una variante poco conocida y menos investigada para la que aún no existe remedio.

“No se me olvidarán los días que pasamos llorando”, nos recuerda su hijo Paco, muy entero de ánimos. Sierra, esposa de Francisco, en cambio, tiene que contener las lágrimas para recordar aquellos días negros: “Aún no había encendido un ordenador en mi vida, pero aprendí a hacerlo para buscar más información sobre aquella maldita enfermedad. Cuando supe lo que quería, lo apagué y hasta ahora”. Ella lo ha llevado peor. Aquel varapalo le pilló en un mal momento. Llevaba tiempo sufriendo cuadros depresivos. “Desde entonces no hemos levantado cabeza”, nos resume con amargura.

Por suerte, a Francisco los días todavía se le hacen cortos. Se levanta sobre las nueve y las dos primeras horas las dedica a vestirse, asearse y desayunar, tres tareas para las que necesita ayuda permanente. Imposible ponerse un pantalón o ducharse sin la ayuda de su mujer. A continuación, y antes de que llegue a casa la fisioterapeuta, dedica una hora a los repetitivos ejercicios de logopedia y motricidad, con los que, por ejemplo, procura ejercitar los cientos de músculos de la cara. Mueve los labios, la mandíbula, la lengua y las cuerdas vocales. Una y otra vez para ralentizar la pérdida de habilidades con el habla, ya de por sí deteriorada y prácticamente ininteligible. Lo suple con unos altavoces conectados a su ordenador que repiten lo que escribe: “Llevo-dos-años-sin-salir-de-casa-como-medida-de-autodefensa.-No-soporto-que-alguien-me-hable-y-yo-no-pueda-contestar”, nos dice la voz robotizada que ahora habla por él. Solo sale por las tardes a ver a sus padres y a su hermano, que viven en un edificio contiguo al que accede a través de las cocheras. Les ayuda en tareas fundamentales: medicamentos, citas médicas y gestión de cartas y facturas. Para justificar lo de no salir a la calle nos invita a ponernos en su lugar: ¿Qué pasaría si durante un día no pudiéramos soltar palabra alguna?

“Lo del habla es lo que peor lleva mi padre”, nos dice Paco. “Hace apenas dos años vimos que la enfermedad avanzaba a pasos agigantados. Cada día lo notábamos peor hasta que una mañana se levantó y no podía hablar con claridad”. En ese justo momento su ánimo se desvaneció. No debe ser fácil asimilar que tu cuerpo va perdiendo habilidades. Es lo peor de esta enfermedad. Sería algo así como entrar en una sala de tortura donde no sabes cómo te van a hacer sufrir: bofetadas, latigazos, descargas eléctricas… y así, cada vez, con menos compasión.

Francisco, sin embargo, conoce bien lo que le espera. Además de un hombre alegre es un tipo inteligente y culto. Sabe que después de la descoordinación, la debilidad muscular y la pérdida del habla vendrán los problemas respiratorios, la imposibilidad de tragar y la absoluta inmovilidad. Fuertes dolores que le harán una persona totalmente indefensa, vulnerable y dependiente. Y es así como no quiere verse nunca. Huye de las especulaciones: “Trato de disfrutar con lo que hago ahora, olvidando un pasado feliz y un futuro indeseable. El primero ya no existe y el segundo es incierto. Ambos pueden hacerme mucho daño. Cuando hacen amago de aparecer en mi cabeza los desecho inmediatamente”

Al margen de su milagrosa recuperación –que, por desgracia, ve bastante improbable-, lo que más anhela es no pasar por un calvario extremo, que su vida se convierta en un tormento indefinido, para él y su familia. No ver, no comer, no comunicarse, no respirar… Solo dolor, un indescriptible e indigno dolor. Por eso defiende a ultranza el derecho a la eutanasia. No entiende cómo el Estado, con toda su implacable autoridad, le condena a sufrir sin amnistía ni perdón. Toda una vida dedicada a cumplir su deber y ahora se siente condenado al desamparo y la agonía.

“Hay que empezar cambiando la Constitución. Donde dice que España es un Estado aconfesional debería poner que es un Estado laico, y modificar artículos como el 143 del Código Penal, que sanciona gravemente a quienes colaboran con aquellos que deciden terminar su vida con dignidad”, recalca Francisco. Y su hijo apostilla: “El problema de este país es que tenemos a la Iglesia muy metida en el Gobierno y presiona con demasiado poder en ciertos asuntos de carácter social”. “Qué rápido cambian la Constitución para ciertos temas y qué trabajo les cuesta atender a las demandas de la sociedad”, continúa diciendo. Y es que, efectivamente, según un reciente informe elaborado por el instituto de investigación Isopublic y Gallup revela que más de tres cuartas partes de la población europea (incluida España) están a favor de legalizar la eutanasia.

Francisco cree que la eutanasia será algún día un derecho reconocido, como lo es ya, por ejemplo, el matrimonio homosexual, después de tantísimos años de lucha. Pero sabe que no llegará a tiempo para él. Por eso tiene ya pensado un plan alternativo, su plan.

“Mi mujer reaccionó muy mal cuando oyó por primera vez en casa la palabra eutanasia. Sabía que yo no quería sufrir inútilmente, pero, claro, la cosa cambia cuando se trata de algo bastante probable”. Sierra lo dice tajante: “Si yo tengo que darle algo para poner punto y final a su vida, la que se va con él soy yo”, pero sus hijos la obligan a rectificar. “Me da muchísimo miedo no estar a la altura de lo que él pueda necesitar”, nos confiesa a continuación.

“Yo no me lo pensaría”, dice ahora Paco. “No soportaría un sufrimiento permanente de mi padre. Siempre ha sido una persona coherente. Sabe lo que dice y lo que hace. Yo tengo cerca de 30 años y casi todo lo consulto con él antes de tomar una decisión. Hay quienes me ven como un bicho raro, sin empatía, como si yo no defendiera la vida. Es totalmente al contrario. A todo el mundo le gustaría sentir el apoyo de su familia. Lo que más me importa es quedar en paz con él”.

Pero Francisco no le va a dar opción. Mientras la ley siga como está sabe que la gran decisión de su vida la tendrá que tomar a solas: “No puedo dejarle una responsabilidad penal a alguien que me demuestra su amor”. Y es que el artículo 143 del Código Penal recoge penas de hasta 10 años de prisión para quienes cooperen en la muerte de otra persona. Por eso Francisco se ve obligado a adelantarse a la enfermedad. ¿Cuándo será el momento? le preguntamos con un ligero escalofrío: “El momento llegará cuando note dificultad para administrar la dosis correspondiente con autonomía”.

El silencio que viene a continuación es un silencio sabio. Aunque solo él conoce los detalles, su familia sabe bien lo que ocurrirá. Ese día Francisco será un hombre libre ejerciendo su derecho a la dignidad. “Mi mayor temor es que mis padres pasen por el dolor de mi fallecimiento”. Francisco es un hombre responsable.

Este reportaje aparece también publicado en el número 62/2013 de la Revista DMD.

Artículos relacionados

Responder

Social Widgets powered by AB-WebLog.com.