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Pokémon, toros y mucha confusión

Publicado el 21 julio 2016 por manuguerrero


La primera vez que asistí a una corrida de toros fue trabajando. Tuve que cubrirla para informativos Telecinco porque toreaba en La Maestranza Morante de la Puebla, que entonces era poco menos que el Dios de la fiesta nacional. Hasta entonces yo no tenía un juicio muy bien definido sobre la tauromaquia. Por un lado siempre me han encantado los animales y no soporto verles sufrir. Por otro, una de las fotografías que más me gustan de mi niñez es esa en la que con tres años aparezco envuelto en un capote que me hizo a mano mi abuela materna, mi yeya, porque mi yeyo era un gran aficionado y de joven había sido torero, conocido con el sobrenombre del Sin chaqueta. Él me imaginaba saliendo por la puerta grande de Los Califas pero murió joven y se marchó sin saber el rumbo de mi vida.

Cuando tu identidad y tus raíces se contradicen no es fácil posicionarse.

Pero aquella tarde la ‘fiesta’ me abrió los ojos. Se me hicieron largas las dos horas de la faena. No por el incesante chorreo de sangre de los toros tras ser picados y banderilleados. Tampoco por sus agónicos mugidos de dolor, que eran verdaderamente insoportables. Ni por sus ojos, a medio cerrar por falta de fuerza. Ni por la impotencia de no remediar tanto dolor. Lo más desagradable de todo era lo que escuchaba del graderío: Hombres, muchos hombres gritando al torero «¡maricón! ¡maricón!», supongo que porque la faena no estaba saliendo tal y como ellos esperaban. Esos mismos tipos, bocadillo en mano, se alegraron después cuando el animal cayó abatido por la fría y cruel hazaña del estoque. Con ese público, pensé, cualquier aberración es posible. No he vuelto a pisar una plaza de toros y no lo volveré a hacer a menos que sea para cumplir con mis obligaciones profesionales.

En todos estos años, en cambio, he tenido mucha relación con algunos matadores: el propio Morante, Juan José Padilla, Espartaco, Finito de Córdoba etc; así como con profesionales de otros ámbitos relacionados con la tauromaquia. Casi todos son personas sensatas que se sienten parte capital de un arte o un negocio, legal y con tradición, y que no entienden, aunque tampoco los desprecian, los argumentos de los ‘animalistas’. Porque, pienso, el problema no está en los empresarios ni en los toreros, sino en el público, en las personas que pagan una entrada para ver ‘el espectáculo de la muerte’. El otro día leía en El País (¡El País!) un artículo de Francisco López Barrios en el que defendía una postura que difícilmente argüíría ningún profesional del toreo: equiparaba a los animalistas, nada menos, que con el nazismo. También decía que «una persona que no haya visto torear a la verónica a Morante de la Puebla no entenderá jamás por qué los aficionados a las corridas de toros hablamos del Arte del Toreo». Me pregunto entonces que si lo que justifica el Arte es la verónica del torero, ¿por qué hacer sufrir hasta la muerte al animal? ¿No se puede ofrecer arte y espectáculo sin la necesidad de regodearse en la muerte, fuera de quien fuese?

Existen, en efecto, sólidos argumentos a favor y en contra de la tauromaquia. No es mi propósito rebatirlos aquí, pero creo que es la ignorancia y la nula empatía entre las partes lo que conduce el debate a la radicalidad, al insulto y al sinsentido. Y no ocurre solo con este manido asunto.

Algo parecido está ocurriendo estos días ante el repentino éxito de ‘Pokémon Go’. Millones de personas de todo el mundo ya se han descargado la App y pasan horas buscando y cazando bichitos por toda su ciudad. Otras tantas no saben lo que es una App, por supuesto no conocen el juego pero ya lo están despotricando. Lo tachan incluso de herramienta para adormecer a las mentes, para esclavizar al ser humano. Vaya, que si pudieran, lo prohibirían, como si cada cual no pudiera elegir libremente a qué destina su dinero y su escaso tiempo libre. La App ha tenido tanto éxito sencillamente porque está ambientada en unos dibujos que marcaron a una generación (seguramente con Los Caballeros del Zodiaco o con Super Mario Bros hubiera ocurrido igual), porque es rompedora (a nadie se le ocurrió antes mezclar realidad y virtualidad) y porque se ejercita por los rincones más inesperados del mundo, no sentados en el sofá de casa, como suele ocurrir con todos los demás juegos inventados hasta ahora.

De ambos casos lo que me preocupa es el odio, claro diferencial de estos tiempos aciagos que nos está tocando vivir. Yo lo veo por doquier. La gente está angustiada, asustada, enfadada, indignada… y esa rabia no la canaliza para crear sino para destruir, para descalificar a quienes piensan o hacen cosas diferentes. ¿Por qué? Es como si oyeran disparos y, al no saber de dónde vienen, se pusieran a disparar aun a riesgo de matar inocentes. Y me preocupa. No es nada alentador ver cómo se cruzan las flechas por delante de tus narices sin sentido alguno, sin objetivo claro.

Llevamos tres décadas de democracia y dos siglos de capitalismo y me temo que una buena parte de la gente no conoce aún las reglas del juego. De todo se puede opinar, todo se puede mejorar pero con tolerancia, conocimiento e inteligencia. El odio sólo conduce al odio y es el único arma de los cobardes sin imaginación.




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