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Manuel Ángel Vázquez Medel. LECCIONES DE DIGNIDAD

Publicado el 11 octubre 2008 por manuguerrero

El pasado mes de mayo, Manuel Ángel Vázquez Medel provocó un verdadero tsunami político presentando ante el Parlamento de Andalucía su dimisión como presidente del Consejo Audiovisual de Andalucía (CAA). Alegó la imposibilidad de desarrollar su labor en un órgano totalmente fragmento por intereses partidistas, a pesar de ser, estatutariamente, una institución “independiente” que debe velar “por el cumplimiento de la normativa audiovisual en Andalucía”. Cosas de la política: no le dejaron hacer aquello que le pedían…

Manuel Ángel (Huelva, 1956), para quienes aún no lo conozcan, es un prestigioso catedrático de Literatura y Comunicación y experto en Semiótica y en las enrevesadas relaciones entre medios de comunicación y sociedad. A lo largo de su espaciosa carrera profesional, ha sido fundador y presidente de la Asociación de Editores de Andalucía, miembro del Comité Asesor de la Red de Emisoras Municipales de Andalucía y vocal del Consejo Asesor de RTVA a propuesta del Consejo Andaluz de Universidades. Es autor de varias decenas de libros, tan dispares como La identidad cultural de Andalucía, Mujer, ecología y comunicación en el nuevo horizonte planetario, El poema único. Estudios sobre Juan Ramón Jiménez o La urdimbre y la trama. Estudios sobre el arte de narrar. Es, además, una de las grandes autoridades mundiales en la obra de Francisco Ayala, con quien mantiene una intensa amistad y cuya figura difunde incansablemente allí donde encuentra alguien interesado.

Como profesor universitario, ha recibido en varias ocasiones el Premio a la Excelencia Docente, una distinción que le agrada especialmente porque es el reconocimiento a su valía diaria, a su capacidad e interés por transmitir entusiasmo por los libros y la vida, que a menudo vienen a ser lo mismo. Doy fe, personalmente, de esa fotografía: en mis años de universitario no vi un aula tan abarrotada como cuando era él quien caminaba sobre la tarima.

Es, a la manera de Borges, un Hombre-Libro y un gozoso de la vida múltiple. Un hombre con un sentido muy riguroso de la dignidad. Es, en definitiva y en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno.

-Hola Manuel Ángel. Me alegra muchísimo hablar de nuevo contigo después de algunos meses, quizás años. ¿Cómo estás?
-Muy bien. Tal vez en uno de los mejores momentos de mi vida. Ahora, plenamente incorporado a la Universidad, que es mi mundo, tras un paréntesis de dos años y medio. Y con muchos proyectos importantes e ilusionantes. A mí también me encanta hablar de nuevo contigo. Tengo de ti un recuerdo excelente como alumno (aún recuerdo tu empeño por hacer una entrevista a Ayala, ¡y vaya si la hiciste bien!), y luego como profesional en el programa 1001 Noches, en el que colaboré durante varios años. ¡Vamos a la entrevista!

-He podido seguir tus pasos gracias a la cobertura que la prensa escrita ha hecho sobre el Consejo Audiovisual de Andalucía (CAA). ¿Crees que la cobertura mediática ha sido justa y proporcionada?
-La verdad es que no siempre. Una de mis experiencias prácticas durante estos años al frente del CAA me ha llevado a saber que todo lo que yo conocía sobre los medios (para bien, pero también para mal…) necesitaba un baño de realidad. Ahora lo he vivido desde fuera de ellos, como objeto de la información, y desearía en los próximos años acercarme mucho más desde dentro.

Pero vamos al grano: los medios han reflejado en estos dos años y medio los problemas, los conflictos, las confrontaciones en el seno del CAA. En general, su dimensión negativa. Y aun esto, lo han hecho de manera interesada (bastaría entrar en las hemerotecas y ver las diferencias de tratamiento de un medio a otro). En cambio, la cantidad de logros, acuerdos, recomendaciones y actuaciones por unanimidad (algunas de gran trascendencia sobre temas tan centrales como la emigración, la violencia de género, la lectura y la cultura del libro, la comunicación de la ciencia, etc.) han sido -en general- silenciados o poco reflejados.

Lo peor es que los medios han actuado como amplificadores de los intereses internos de los partidos, y han tenido mucho que ver con el desenlace de los hechos en mayo pasado.

-¿La sociedad andaluza, por lo general, sabe qué es y para qué sirve el CAA?
-No mucho. Creo que aún queda mucho por hacer. Y es una tarea prioritaria, ya que si la sociedad no conoce al CAA difícilmente podrá reclamar sus derechos a través de la Oficina de Defensa de la Audiencia. Una de las claves del CAA, junto con su independencia, es alcanzar una autoridad (efectiva, pero también moral) indiscutible, y la confianza de la gente de la calle. Estamos a años-luz de lo uno y lo otro.

-A mí me ha dado la sensación de que, por unos motivos u otros, se ha dedicado más atención al CAA después de tu dimisión que antes… ¿Estás de acuerdo conmigo?
– No lo sé. Tal vez sí. Ojalá que este interés sea sano y positivo y contribuya a que el CAA sea lo que el Estatuto y la Ley dicen que debe ser.

-Hace unos meses supimos que los consejeros del CAA propuestos por el PSOE habían gastado miles de euros sin la debida justificación (desplazamientos, comidas…) ¿Cómo viviste esa polémica?
-Ya, desde fuera, con una profunda tristeza por el daño que se le hace a la institución. En cualquier caso, si alguien se ha excedido indebidamente en gastos de comida o desplazamientos con dinero público, opino que debe reintegrar inmediatamente dichas cantidades y poner su cargo a disposición del Parlamento.

-Durante el tiempo que fuiste presidente, ¿tuviste conocimiento de tal derroche económico?
Mientras fui presidente insistí por activa y por pasiva en la necesidad de ser austeros, de controlar el gasto de la institución, de atenerse estrictamente a lo que la ley dice y permite. E insistí en ello, especialmente, tras la entrada en vigor del Reglamento Orgánico y de Funcionamiento, y recordé en numerosas ocasiones que ya estábamos moralmente obligados por nuestro Código Deontológico, aprobado en el segundo Pleno de la institución el 10 de noviembre de 2005.

El Pleno del CAA está constituido por el presidente, diez consejeros o consejeras y asistido por el Secretario General. El presidente tiene un rango equivalente al de un Consejero del Gobierno de la Junta, y los otros once, rango de Viceconsejeros. Tratándose de un órgano colegiado, cada uno de nosotros era el responsable de sus gastos, y el Pleno de su supervisión, que se atiene a lo habitual en el control de la intervención. Cuando, con ocasión del cierre del ejercicio 2006, se puso en mi conocimiento que cuatro miembros del Consejo habían percibido indebidamente gastos por desplazamientos, pedí de inmediato al Secretario General que les instara a la inmediata devolución de dichas cantidades. Y así se hizo.

-¿Ese asunto influyó en tu dimisión?
– No.

-¿Qué fue lo determinante?
-Una decisión tan importante no se limita a un solo hecho o circunstancia. Puedo asegurar que lo medité mucho y que ahora, pasados varios meses de mi dimisión, creo que fue lo más adecuado.

Cuando acepté, ante la petición unánime de los cuatro partidos presentes en el Parlamento, de que pusiera en marcha una institución independiente encargada de velar por los derechos y libertades de la ciudadanía en el ámbito audiovisual, insistí mucho en que lucharía por ello. Y que, si por la razón que fuera, no llegaba a conseguirlo plenamente, informaría al Parlamento y dimitiría. Así lo hice.

Comprendo que la gente quiere detalles, circunstancias, e incluso nombres… Pero creo que esto es lo de menos: entendí que, en un órgano colegiado en el que las decisiones se adoptan en el Pleno no era posible mantener una constante confrontación con cinco votos contra cinco y con mi voto siempre dirimiendo en todos los asuntos. Trabajé mucho por el consenso, y hubo unanimidad en las decisiones del CAA durante más de un año. Creo que ello daba solidez y prestigio a la institución, especialmente cuando conseguíamos acuerdos sensatos y razonables ante cuestiones muy complejas. Luego, el consenso se rompió con ocasión del Reglamento, y entonces se provocó un innecesario conflicto institucional. A partir de entonces muchos, dentro y fuera, han protagonizado actuaciones irresponsables, porque pensaban que “cuanto peor, mejor” para sus intereses.

-“Parece que no hay término ni hay tasa para ciertos comportamientos incalificables por parte de quienes están obligados a una alta ejemplaridad ética en una institución que sólo desde su independencia y su prestigio puede cumplir con eficacia la misión que le ha sido encomendada”, dijiste en el Parlamento de Andalucía el día de tu despedida. ¿A quiénes te referías concretamente?
-A quienes utilizan la institución en beneficio propio y/o del partido que les propuso, por encima de los intereses de la ciudadanía; a quienes tienen una avidez desmesurada de poder por el poder, de medro y lucro personal y han convertido los instrumentos que son las instituciones en fines en sí mismos olvidando a la gente de la calle… A quienes actúan con una soberbia y prepotencia patológica. En suma, a quienes no les importa utilizar la mentira, el engaño y las medias verdades, falsear los hechos y desprestigiar a personas e instituciones en beneficio propio.

-Después de tu dimisión, has reconocido haber recibido presiones tanto de dentro como de fuera del Consejo. ¿De quiénes exactamente? ¿Qué te pedían? ¿Actuaste siempre bajo el mandato de tu conciencia?
-Habría que decir que denuncié presiones de dentro y fuera bastante antes de presentar la dimisión. Y algunos medios recogieron con equidad esta denuncia. Nunca he querido personalizar estas presiones porque creo que esto no es siquiera lo más importante. Sí lo era que en el fondo revelaran que ni tirios ni troyanos querían un CAA realmente independiente, sino al servicio de sus intereses de partido. La confrontación interna llegó al punto de que mi voto era siempre el decisivo. Pero puedo asegurar que siempre actué conforme a mi conciencia, después de analizar los informes técnicos y jurídicos, de oír todos los argumentos y pensando en los intereses de los andaluces. Hay un dato incuestionable: he sido el único miembro del CAA que siempre ha votado en sintonía con los informes técnicos y jurídicos de una administración que intentamos fuera competente e independiente. Yo no tenía que salir de los Plenos para llamar por teléfono, bien para recibir instrucciones, bien para transmitir los resultados de decisiones a cuyo secreto estábamos obligados.

-En su web oficial, el Consejo Audiovisual de Andalucía se define como un “órgano independiente que vela por el cumplimiento de la normativa audiovisual en Andalucía”. ¿Cuál es el problema? ¿Que no es tan independiente? ¿Qué no es vinculante? ¿Qué es lo que falla?
-Lo que dice la web es lo que dice la Ley 1/2004 que el CAA debe ser. Lo cierto es que es una ley muy limitada, si la comparamos con otros Consejos de nuestro entorno como el de Catalunya, Francia o Portugal… Un buen número de los dictámenes de la institución son preceptivos, pero no vinculantes. Pero, más allá de la ley el problema es que en la actualidad el CAA no es una institución independiente al servicio de la ciudadanía, sino un conglomerado de intereses de partidos en el que no siempre se impone lo que es más razonable…

-Durante el tiempo que fuiste presidente, ¿qué fue, a tu juicio, lo más grave ocurrido en el panorama audiovisual andaluz?
-En concreto, la presencia de pornografía, de violencia y otros contenidos inadecuados en horario de protección de menores… Y el pluralismo (o más bien la ausencia de él) al que los medios –especialmente los públicos- están obligados.

-El Consejo denunció la falta de pluralismo de la RTVA durante la última campaña electoral. Mientras tanto, Rafael Camacho, su director general, manifestó su indefensión ante tal acusación. ¿El Consejo puede o pudo demostrar empíricamente esa manipulación?
-Más exactamente, el CAA se pronunció sobre el cumplimiento del servicio público a que está obligada la RTVA y cuya vigilancia corresponde al CAA. Lo hizo a través de su dictamen jurídico y de una decisión por mayoría absoluta válidamente adoptada, que no comportaba limitación de derechos en el operador. Y las decisiones de una alta institución deben ser acatadas –si bien existe el derecho de discrepar, utilizar recursos de reposición o incluso acudir a los tribunales. Y esto no puede llamarse precisamente “indefensión”. En este caso, por razones que desconozco, no se utilizó el recurso de reposición ante el propio Consejo que sí había sido ya utilizado por desacuerdos menores, y que es el procedimiento adecuado para “defenderse”.

-Manuel Ángel, te propongo ahora un juego de imaginación. Piensa por un momento que el Consejo Audiovisual de Andalucía pudiera pasar una encuesta anónima a todos los periodistas que trabajan para la RTVA preguntándoles sobre su libertad e independencia. ¿Qué crees que contestarían?
-Creo que esa tarea no corresponde al Consejo. Hay otras vías e instrumentos de la RTVA, sobre todo desde la aprobación de la nueva Ley, como el Consejo de Administración o, incluso, el superior control del Parlamento. Sinceramente, si se hiciera tal encuesta no sé qué contestarían.

-¿Alguno de esos periodistas te ha confesado, off the record, algo que jamás diría públicamente?
-Sí. Pero también he de decirte que muchas de las quejas de excelentes profesionales de la RTVA vienen de ese estado permanente de sospecha (cuando no de abiertas acusaciones injustificadas) a que están sometidos. Y esto también es injusto.

-Por cierto, ¿de quién depende garantizar que la selección de esos periodistas que trabajan para la RTVA se hace con criterios objetivos de profesionalidad?
-El art. 27.2 de la Ley 18/2007, de 17 de diciembre, de la radio y televisión de titularidad autonómica gestionada por la Agencia Pública Empresarial de la Radio y Televisión de Andalucía (RTVA) dice: “La contratación del personal laboral con carácter fijo se realizará de acuerdo con los principios de igualdad, mérito, capacidad y publicidad, mediante las correspondientes pruebas definidas, establecidas y convocadas por la persona titular de la Dirección General de la RTVA, de acuerdo con el Consejo de Administración”. Creo, por tanto, que el Consejo de Administración tiene una gran responsabilidad sobre ello. Y, por supuesto, “la persona titular de la Dirección General de la RTVA” elegida por el Parlamento.

-¿Te vas del CAA con la sensación de que aún quedan esperanzas para la ciudadanía, que tiene derecho a sentirse protegida frente al mercado audiovisual?
-¡Por supuesto que quedan esperanzas para la ciudadanía! En esto y en todo. No soy en absoluto fatalista, ni siquiera pesimista. Eso es lo que quieren quienes desean mantener el statu quo. El sistema audiovisual ejerce una gran influencia sobre la ciudadanía y ésta, como bien dices, debe protegerse y ser protegida, garantizándose el cumplimiento de cuanto dicen las leyes (por ejemplo, en cuanto a la emisión de pornografía, violencia o contenidos inadecuados para los menores; tiempo y carácter de la publicidad; pluralismo y veracidad informativa, etc.)

-Por cierto, Manuel Ángel, ¿ya trabajas en suelo universitario?
-El Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía, a petición propia, formalizó mi cese como presidente del CAA el 27 de mayo de 2008, y ese mismo día entró en el registro de la Universidad mi petición de reincorporación, que se hizo con fecha y efectos del 28 de mayo, día en el que me presenté en la Facultad de Comunicación, hablé con el Decano y con el Director de mi Departamento, y comencé a trabajar en mi despacho. Desde ese día estoy trabajando con más ilusión que nunca, y con proyectos muy importantes. Incluso tuve ocasión de impartir la última clase de la asignatura de Emilio Guichot el 2 de junio, sobre el CAA. La semana del 9 de junio hice un curso de actualización sobre WebCT y Genius para impartir docencia on-line. El 25 de junio –todo un signo de mi vuelta a la Universidad- Antonio Gómez Aguilar defendía una espléndida Tesis Doctoral codirigida por mí, y el día siguiente tuve el honor de ofrecer en Antequera una ponencia-marco sobre la reforma de los planes de estudio y el especio europeo de educación superior. Ese mismo día los alumnos del programa Aula Abierta de la Facultad me entregaban -¡fue una sorpresa para mí!- el premio como Universitario del Año en Andalucía, que recogí junto al Rector de la Universidad de Granada. Y el 29 de septiembre, día en que regresaba de un Congreso Internacional en Nueva York, cogí un taxi para la Facultad y comencé mis clases de este Curso 2008/2009.

-¿Trabajar en la Universidad es muy distinto a trabajar fuera de ella?
-En parte sí y en parte no. Sí, porque la institución universitaria debe garantizar la libertad de cátedra y de investigación, y te sientes mucho más libre, con el objetivo de responder a las grandes cuestiones e intereses humanos, de la gente de la calle, y no a concretos intereses ideológicos, económicos o políticos (al menos, así es en mi caso). En parte no, porque la Universidad tiene –como todos los ámbitos de la vida- su cuota de miseria humana, y en ella se reproducen, en escalas distintas, conflictos y confrontaciones que se dan fuera de sus muros. En cualquier caso, yo entiendo la Universidad como la institución encargada por la sociedad de acrecentar, cuestionar, conservar y transmitir los conocimientos a su más alto nivel, y por ello se debe y ha de rendir cuentas a la sociedad. No la idealizo, pero son ya casi 30 años de dedicación, y me siento muy feliz de haber podido convertir mi vocación (de compartir el conocimiento) en profesión.

-¿Qué te aporta la Universidad que no encuentres fuera?
-Mucha libertad, independencia, tiempo y serenidad para reflexionar. Y algo que tiene un valor imponderable: el diálogo constante con los alumnos, que enriquece y cuestiona nuestros conocimientos y certezas.

Y no quiero olvidar el contacto fecundo con muchos compañeros y compañeras con los que, codo a codo, en sinergia, construimos un conocimiento complejo y proyectado al mundo de la vida que va más allá de lo personal y patrimonial y que se enriquece con la colaboración. He de mencionar aquí, de manera muy especial, a Ángel Acosta, compañero y amigo desde hace ya décadas y secretario de mi grupo de Investigación en Teoría y Tecnología de la Comunicación, y a Elena Barroso, verdaderamente admirable por su entrega y rigor académico.

-¿Tus alumnos suelen ser conscientes de lo que les espera más allá de su graduación?
-En general no, aunque puedan imaginarlo. Es muy importante prepararlos también durante los años de su formación para facilitar su integración en el mercado laboral, aunque la Universidad tenga funciones formativas que van mucho más allá de ello y de una estricta “formación profesional”. Precisamente hemos dedicado, la segunda semana de septiembre un importante Curso en la UNIA a “Los nuevos perfiles profesionales ante las transformaciones del sistema audiovisual”. Y las estadísticas del INEM son terribles: 1 de cada 4 (25%) trabajará en el ámbito en el que ha sido formado; 1 de cada 4 (25%) trabajará también en comunicación, pero en otras especialidades distintas. Y el 50% restante no trabajará en Comunicación (serán oficinistas, camareros, etc.). Y los que tengan la suerte de trabajar en lo suyo, lo harán con una precariedad y desconsideración a su cualificación verdaderamente ofensivas…

-¿Crees que el periodismo es una profesión demasiado mitificada?
-Tal vez sí. Al menos, es lo que piensan los alumnos al entrar en la Facultad. Quieren ser periodistas siguiendo el modelo del 1 % de la profesión que triunfa y tiene una gran presencia mediática. Pero no cabe duda que –sobre todo ahora, cuando el periodismo es el primer poder, más que el cuarto poder- necesitamos periodistas honrados, valientes, dedicados a su profesión para el bien de la sociedad.

-¿Achacas algún tipo de responsabilidad a los medios de comunicación sobre ciertas anomalías políticas y económicas acaecidas en nuestro país durante los últimos 15 años? ¿Crees que han mirado deliberadamente hacia otro lado?
-Sin duda hay responsabilidades. Desde el hecho de que algunos medios participen o hayan participado en verdaderas conspiraciones antidemocráticas, hasta los silencios o connivencias que derivan de tener que financiarse con recursos de instituciones y empresas a las que no se puede cuestionar.

-¿La Universidad puede hacer algo, no sólo sobre los futuros profesionales de la Comunicación sino sobre el resto de la sociedad, para evitar que los medios públicos o privados se replieguen a los intereses del poder?
-Creo que sí. Una de las cosas en las que más he insistido en los últimos años es en la urgente necesidad de una adecuada alfabetización mediática que alcance a toda la sociedad para dotarla de medios, conocimientos y recursos para defenderse de una auténtica avalancha que le lleva a pensar, sentir, temer o adoptar pautas de comportamiento y valores. En ello la Universidad tiene mucho que hacer y que decir.

-¿Impartirás clase los próximos meses?
-Tengo muchísima ilusión en este curso, tras el paréntesis 2005-2008. Y tengo la suerte de impartir tres asignaturas preciosas y muy vivas: “Literatura y Espectáculo Audiovisual”, “Creatividad Literaria y Mitocrítica” e “Introducción a la Semiótica (Semiótica General y Aplicada)”. Durante los meses de junio y julio hice las nuevas guías didácticas para las asignaturas y he creado una plataforma para gestionar parte de la docencia por Internet. Y por supuesto, una parte importante de mi dedicación está volcada en la investigación, la reflexión y la creación.

-Por cierto, Manuel Ángel, ¿cómo es tu relación con los alumnos?
-Excelente. Verdaderamente inmejorable. Y -¡ojo!- esto no quiere decir que no haya habido algunos desajustes en más de 25 años de docencia, ni –mucho menos- que yo le caiga bien a todos los alumnos. Pero creo que mis alumnos y alumnas perciben el profundo respeto que siento por ellos, la importancia que doy a su libertad y al fomento de su capacidad crítica y creativa, el empeño que pongo para que participen, para que acudan a tutorías, para que dejemos atrás los objetivos meramente formales, y vayamos todos a enriquecernos a través de la construcción dinámica del conocimiento.

-¿Qué supuso para ti recibir el Premio a la Excelencia Docente?
-Fue fantástico. Sobre todo la primera vez, que fue un ensayo de los posteriores premios. En aquella ocasión se elegía sólo un profesor por Facultad, y no llegábamos a la veintena en toda la Universidad. Luego lo he recibido en cuatro ocasiones más (todas las que, voluntariamente, me presenté a la evaluación). Pero, sobre todo, me siento muy obligado: creo que cada vez debo realizar mejor esa tarea dignísima que es la docencia –para mí tan importante como la investigación. No sólo lo entiendo como un reconocimiento, sino como un verdadero reto para mantener viva mi motivación, mi actualización científica y también los procedimientos para transmitir de un modo eficaz y atractivo el conocimiento y fomentar habilidades, capacidades y actitudes adecuadas.

-¿Qué es lo más importante que te ha ocurrido como profesor?
-Encontrarme, pasado el tiempo, con alumnos y alumnas que me han venido a ver porque -según algunos de ellos-, de algún modo, las clases conmigo contribuyeron a cambiar en algo –para bien- su vida. A veces incluso creo que puede ser excesivo, pero por mi parte creo que también tuve la suerte de encontrarme con profesores y profesoras que me abrieron la mente y de algún modo cambiaron mi manera de pensar y de sentir.

Por otra parte, lo mejor como profesor es llegar a aprender de aquellos a los que has transmitido conocimiento y contribuido a su aprendizaje. Me sentí muy bien hace apenas un año, al reencontrarme con un alumno de la primera promoción que tuve de Crítica Literaria, que es ya Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Huelva, y que aún recordaba algunos de los poemas que comentamos en el Curso 1980-81. Más recientemente una de las personas con las que puedo mantener conversaciones de auténtico calado intelectual es Antonio Pineda, que fue alumno en la carrera, a quien codirigí la Tesis y del que sigo aprendiendo mucho (¡sobre todo sobre Propaganda política!).

-A menudo se critica el sistema educativo español. Tú lo conoces bien y además, como profesor universitario, has recibido alumnos de muy distintas generaciones. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
-En primer lugar, los aspectos nucleares de la educación deben sacarse de la confrontación política y ser objeto de un gran pacto de Estado por la Educación que dé estabilidad e ilusión al sistema educativo. Por supuesto, ello no significa que en ciertos aspectos cada partido pueda diferir, pero sobre la base de acuerdos fundamentales.

Tal vez lo peor de las últimas décadas son las reformas y contrarreformas del sistema educativo (que se agudizan en el caso de la Universidad). Creo que no tenemos un mal sistema educativo, pero es preciso invertir mucho más en educación, reconocer y motivar el trabajo de maestros y profesores, y potenciar la colaboración entre los diferentes niveles educativos. La Universidad tiene un papel muy importante en la actualización científica y profesional de los docentes de otros niveles educativos.

Desde luego me preocupa el progresivo deterioro formativo que se percibe promoción tras promoción. Y me inquieta que algunos quieran aprovechar el proceso de construcción del Espacio Europeo de Educación Superior para convertir los Estudios de Grado en el Bachillerato que no han superado adecuadamente (en cuanto a su formación) muchos alumnos.

-¿Cada vez recibes alumnos mejor o peor formados?
-En general, peor formados, aunque con llamativas excepciones que demuestran que no tendría por qué ser así. Eso quiere decir que, junto a un tono general más bajo, en la actualidad también acceden a la Universidad algunos alumnos con la mejor formación. Como no soy elitista, creo que esto debe corregirse. Por supuesto, hacia arriba…

-Conociéndote, Manuel Ángel, me resulta extraño pensar que sólo te dedicarás a dar clases…
-Bueno… La propia naturaleza de la docencia universitaria impide que nos dediquemos sólo a dar clases. Tras cada clase debe haber un buen número de horas de lecturas, de investigación, de preparación tecnológica, de construcción activa del conocimiento.

Por otra parte, siempre he pensado que hay que intensificar la relación entre Universidad y Sociedad, por lo que, dentro del marco de nuestra compatibilidad, siempre he participado en otros proyectos (ciclos, conferencias, congresos, etc.)

Y, por supuesto, es mi objetivo intensificar mi dedicación a la creación en los próximos años.

-¿Tienes en mente volver a escribir?
-Nunca he dejado de escribir. Creo que ello forma parte de mi vida, casi como respirar o alimentarme. Y cada vez más imperativamente. Quizás el hecho de que haya sido –quizás en exceso- muy exigente conmigo mismo y haya publicado poca creación puede distorsionar mi perfil.

Antes de pensar en ser profesor universitario, tenía muy claro que mi vocación era la escritura creativa: poesía, narración, ensayo… Y ahora estoy dispuesto a darme mi definitiva oportunidad.

Pero pienso también en otras formas de creatividad que sabéis me gustan y respeto mucho, fundamentalmente en el ámbito audiovisual e informático (ahora me estoy dedicando intensamente a mi blog http://fcom.us.es/blogs/vazquezmedel) aún en fase experimental.

-Durante tu larga vida profesional, has estudiado a fondo la obra de importantísimos autores como Fernando Pessoa, Luis Goytisolo, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Fernando de Herrera, Luis Cernuda y, cómo no, Francisco Ayala (¿cómo está don Francisco?) ¿Cuál de ellos te parece más fascinante?
-Ante todo: don Francisco está fenomenal con sus casi 103 años. Hace apenas unas semanas estuvimos en Madrid (mi esposa y yo) con Carolyn Richmond y con él, y nos tomamos una espléndida paella, acompañada de buen Rioja… Tiene un apetito excelente. Y, como siempre, estuvo divertido, con buen sentido del humor y esa extraordinaria inteligencia ética que le caracteriza… Aunque muy preocupado por todo lo que ahora está ocurriendo, y siguiendo con mucho interés las elecciones presidenciales norteamericanas.

En cuanto a la otra parte de la pregunta, me alegra pensar que la experiencia literaria y artística (la de los creadores, pero también la de los receptores) no exige jerarquías ni prelaciones, aunque inevitablemente todos tenemos nuestros favoritos.

Cuando yo pienso en los escritores sobre los que más he escrito, veo ahora un cierto hilo conductor. Sin duda, los que más intensamente me han acompañado han sido Juan Ramón Jiménez y Francisco Ayala, tan distintos y, por otra parte, con aspectos esenciales en común: su insobornable libertad e independencia crítica, su amor a la obra bien hecha, su profundo sentido ético y estético…

Comencé trabajando sobre el poeta sevillano Fernando de Herrera porque –como dice Gabriel Celaya- es el primer poeta puro de Europa: un hombre que se dedica por completo a la escritura, con una exigencia extraordinaria… Por otro lado, fue un defensor de Andalucía frente a Castilla, y tuvo que pagar un precio muy alto por ello. Forma parte de lo que Blecua llamaba “el rigor poético”, y sus mayores representantes en España han sido Juan Ramón y Herrera.

Fernando Pessoa es un caso especial: fue un descubrimiento deslumbrante en los años ochenta –mi Fernando Pessoa: identidad y diferencia es una contribución a su centenario en 1988- y me ha seguido acompañando hasta hoy. Por otra parte, con mis estudios a su obra –como en el caso de José Saramago- puedo demostrar mi amor profundo por la lengua y la cultura lusas (y aquí incluyo a Brasil, junto con Portugal).

Para mi generación, que es la de los ochenta (en poesía, García Montero, Benítez Reyes –al que tuve, por cierto, como alumno- o Carlos Marzal, algo más jóvenes que yo), junto con la lectura de la generación del medio siglo (¡me encanta Caballero Bonald!), fue determinante el deslumbramiento del 27 y sus poetas. Mis primeros artículos estuvieron dedicados a ellos, participé en los actos del Ateneo de Sevilla en el homenaje del cincuentenario en 1977 –con apenas 20 años-, y tuve la suerte inmensa de conocer y tratar a Alberti, como cuento en mi Rafael Alberti y Andalucía. No es extraño, pues, que dedicara a La última estación poética de Vicente Aleixandre mi lección para las oposiciones a Titular, que aceptara ofrecer una lectura viva y divulgativa de Luis Cernuda en mi libro El deseo, la rosa y la mirada, o que eligiera la relación entre Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca como lección de ingreso a la Academia de Buenas Letras de Granada… Para la investigación de Cátedra trabajé sobre la relación de Unamuno con el periodismo, y pronto saldrá un volumen sobre ello.

He de añadir algo más: tengo una especial predilección por aquellos autores, de innegable valía literaria y que por alguna razón aún no han sido leídos y reconocidos como merecen. En este proceso, he visto cambiar –favorablemente- la apreciación de alguno de ellos: es el caso de Ayala o de Sánchez Ferlosio… Pero me quedan importantes batallas por librar, por ejemplo, en el caso de Antonio Carvajal, uno de los mejores poetas vivos en lengua española…

Canción de la ciudad
Amo a los hombres que una luz futura
nutren con los ardores de su vida
y saben que el presente es la mentida
brasa de una existencia no segura.

Los que son faros en la noche oscura
para la nave errada o sacudida;
los que ponen ungüentos en la herida
y dan alivio y paz, si no dan cura.

Los que comparten mesa y agonías
y duplican tus gozos y alegrías
y, si te falta fe, te dan certeza.

Ellos, que, si has caído, te levantan
y sufren más que tú y que yo y que cantan
la vida por hacer y su belleza.

Antonio Carvajal.

-¿Tu amor a la literatura (aparentemente desmedido) procede de algún autor en concreto?
-Bueno: mi amor a la literatura es más que “aparentemente” desmedido: es desmedido en el sentido en que, como experiencia, supera todo límite y medida. Porque he alcanzado en mi personal relación con la literatura algunos de los momentos más intensos de mi vida, sólo comparables a los momentos especiales con mis personas más queridas. Y por ello deseo contagiar este entusiasmo a otros: porque creo que lo que es bueno para mí, y me hace feliz y mejor persona, tal vez pueda contribuir también a la felicidad de los demás… No hay otras razones o argumentos. No, desde luego, de carácter erudito: la literatura que amo es experiencia real, viva, intensa…

Sería injusto si no reconociera el papel que desempeñaron en mi amor por la literatura mis profesoras de ingreso y de cuarto de bachillerato –doña Carmen Solís y doña Dolores. También la fascinación del primer libro que tuve muy pequeño: Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. Quizás haya sido Juan Ramón quien haya tenido un mayor peso en mi amor por la literatura.

Todo esto se resume en el título de un librito que saldrá pronto: Razones para leer: razones para vivir.

-¿Cómo recuerdas tus primeras lecturas?
-Vivamente, con pasión, con entusiasmo… He de recordar que yo conocí la televisión –que comenzó en España el año de mi nacimiento- ya siendo un niño crecido, por lo que la lectura y la música (oída en la radio, y más tarde, a los 14 años, en el primer reproductor de casetes que pude comprar) fueron para mí –con los juegos infantiles- los principales ingredientes de mi ocio.

Como entre semana no nos dejaban leer, ya que había que hacer los deberes del colegio, esperaba con fascinación el sábado y el domingo: aún me veo metido en la cama, sintiendo el olor limpio de las sábanas y leyendo Robinson Crusoe, La isla del tesoro, Las aventuras de Tom Sawyer o las novelas de Julio Verne…

-¿Empezaste por el tebeo, la novela, la poesía…?
-Por supuesto, por los tebeos: era un lector incansable de tebeos (Capitán trueno, Hazañas bélicas… me divertían especialmente Mortadelo y Filemón), y de los primeros libros de cómics que nos llegaban de América… Y, como acabo de decir, me encantaban las novelas fantásticas y de aventuras (¡las aventuras de los 5!). Pero siempre dejé un lugar muy especial en mi corazón para la poesía, que sentía muy agudamente. Comencé con algunos poemas de Bécquer –me fascinaron sus Rimas y Leyendas-, Darío, Machado, Juan Ramón… Y recuerdo especialmente, en los años tempranos de nacimiento de mi conciencia social (¡fui procesado por el Tribunal de Orden Público con 16 años!) la lectura de los poemas de Miguel Hernández en una Antología de Plaza y Janés, aún entonces censurada. No olvidemos la importancia que para mi generación tienen los cantautores: el Machado o el Hernández de Serrat, o el amplio repertorio de poetas que llevaba Paco Ibáñez. Esa es la atmósfera en que nace en Huelva Jarcha, un grupo en el que tenía varios compañeros y amigos.

-¿A lo largo de tu vida has tenido una lectura ordenada de autores, géneros y movimientos?
-No exactamente. Aunque la formación filológica pautó ciertos ritmos de lectura, nunca me gustó leer sólo por obligación. Incluso ahora, cuando estoy algún tiempo centrado en algún autor o época, procuro leer al mismo tiempo otras cosas por puro placer. He leído más creación literaria contemporánea, pero para ello es también necesario conocer las épocas anteriores. La lectura es como la vida misma. En ella hay algo de azaroso, de caótico, de improviso… Y así hay que aceptarlo.

-¿Has elegido los libros que has leído o ellos te han elegido a ti?
-Es una buena pregunta. Aunque aparentemente somos nosotros los que elegimos los libros, hay numerosos factores que nos ponen en contacto con otros libros que parecen elegirnos a nosotros. Y hay en esto como “flechazos”: cuando menos lo esperas, aparece –como me ocurrió, por ejemplo con Pessoa o con Carvajal- autores que te fascinan y que sabes que te van a acompañar siempre… Igual me ocurre con la investigación y el ensayo, que considero tan creativo como la poesía o la narrativa: hay autores que han cambiado mi modo de ver las cosas, como Víktor Frankl y su “logoterapia”, que me llegó de la mano amiga de Adrián Huici…

-¿Crees que los libros que leemos determinan nuestra actitud ante la vida?
-Sin duda. Como no soy “determinista” diría que “condicionan” nuestra actitud, nuestros valores… Y hasta conforman nuestros deseos y temores.

-¿Leer siempre nos hace libres y felices?
-Las lecturas adecuadas, sí. Hay otras que, como en los paquetes de tabaco, se debería indicar que pueden ser perjudiciales para la salud. Pero los buenos libros (los que nutren la gran literatura) ensanchan nuestra mirada, nos ofrecen horizontes nuevos, nos permiten vivir vidas que nos han sido vedadas, ponernos en el lugar del otro… Y por ello ser más tolerantes, más comprensivos y… sí, más felices, aunque a veces en esa felicidad haya también dolor. Se trata de una experiencia de gozo y no sólo de placer: el gozo es conformidad con nuestras propias raíces y disfrute desde nuestra integridad.

-¿Y entre la buena literatura existen las malas compañías?
-Entre la buena literatura, por definición, no. Hay formas de creación y formas de lectura –e insisto en esto último- que pueden dar lugar a representaciones mentales y actitudes vitales negativas, como las malas compañías. Por ejemplo, un autor tan estimulante y crítico como Nietzsche, mal leído, nutrió la monstruosidad del nazismo…

-Y hay libros que nos generan dudas tan peligrosas que pueden incluso acabar con nosotros…
-Es cierto. Un libro activa en nuestra mente representaciones, conexiones, estados de ánimo, que pueden resultar peligrosos. Por ello hay que formar adecuadamente para la lectura. Un buen lector sabe tomar distancia y ser más inmune a ciertos valores negativos que podrían desprenderse de ciertas lecturas. Forma parte de ese pacto ficcional que preside la experiencia de la literatura de ficción. Si no, puede ocurrirnos como a aquellos oyentes de La guerra de los mundos que creían que lo que oían por radio estaba sucediendo en realidad.

-Una curiosidad sin demasiada importancia: ¿cuántos libros calculas haber leído en tu vida?
-¡No los he contado, pero varios miles…! Es cierto que, de ellos, me han marcado de verdad apenas unas decenas, que constituirían mi “biblioteca ideal”. Borges fue muy valiente al ofrecernos una selección personal de sus libros más queridos, entre los cuales, por cierto, hay muchos que también lo son para mí.

-Y a estas alturas, ¿qué lees?
-En estos justos momentos estoy releyendo por enésima vez los libros de Lírica de una Atlántida, de Juan Ramón Jiménez; también releyendo El libro del desasosiego de Fernando Pessoa; varios libros sobre “creatividad”… y un excelente libro de relatos de Adrián Huici titulado In nomine patri(s) y otros relatos.

-Siempre he admirado tu optimismo, tu capacidad para ver estrellas entre el gris oscuro de las nubes. ¿Me sabrías decir de dónde proviene ese aspecto de tu carácter?
-Bueno… Ante todo, muchas gracias: para mí es importante que las personas a las que aprecio y me importan –y tú estás entre ellas- perciban esto y tengan esta opinión. En efecto, procuro ser optimista, positivo; mirar siempre adelante sin que me enreden los lastres ni las nostalgias del pasado. No neutralizarme con resentimientos ni odios estériles. Y creer en la gente, confiar, aunque por esto también pague mi precio y haya tenido traiciones y desencantos. He tenido siempre como principio de acción hacer todo el bien posible y evitar todo el daño posible.

Creo en la Gaudium essendi, la Alegría o Gozo de Ser, que está más allá de las alegrías o placeres de tener, poder e incluso saber… Y nadie nos la puede arrebatar. Creo que la ilusión, el entusiasmo, la felicidad son contagiosos y “revolucionarios”, en su etimológico sentido de “transformadores”.

Y hay algo muy importante: una buena parte de todo ello, desde hace más de tres décadas, lo debo a mi compañera, Juana, para mí la persona más alegre y más hermosa que he conocido nunca… Creo en el Amor como categoría central de la existencia, y creo que el fruto del Amor es la Alegría y la Paz… Por ello mis hijas se llaman Leticia e Irene.

-Permíteme, por un momento, volver a don Francisco Ayala. ¿Qué te une a él?
-Son muchas las cosas que me unen a Francisco Ayala, tanto literaria como personalmente. Sobre todo, su sentido justo de la vida, con los pies en la tierra, sin falsas esperanzas, pero con la capacidad de seguir viviendo y superar todas las adversidades sin victimismos. Me interesa su aguda inteligencia, su sentido del humor, su mirada crítica sobre el mundo. Su profundo sentido de libertad y de fidelidad a su propio destino.

En un comentario a su relato Glorioso triunfo del príncipe Arjona lo expresé con concisión, y no sabría ahora hacerlo mejor: “Tal es verdaderamente (y no la victoria de Kurutsetra) el ‘Glorioso triunfo del príncipe Arjuna’: aceptar su destino; actuar con ecuanimidad; buscar un orden pacífico y justo… superar los engaños de los sentidos, la avidez de placeres, el miedo al dolor… aceptar la muerte para vivir con dignidad y reconocer que sólo es invulnerable quien ya está muerto. Pero que, tal vez, en esa total extinción, en esa nada, se alcance la felicidad prometida del nirvana. Ayala es, por encima de toda consideración, un escritor ejemplar: un clásico, un modelo digno de imitación. La aceptación de sus circunstancias vitales, la sabia distancia que adopta ante una felicidad que sabe efímera y un dolor que proclama inevitable, la capacidad de indicarnos el camino desde nuestra situación histórica hacia la radical pregunta por el Ser (y hacerlo de manera tan hermosa)… su conformidad ante la fatalidad de la muerte le han hecho ya, de alguna manera, inmortal… En ello consiste el glorioso triunfo de Francisco Ayala”. Además, Ayala es de las pocas personas de las que puedo decir, a pesar de los 50 años que nos separan, que es mi amigo.

-Somos muchos quienes nos rendimos a su grandeza literaria, a su ironía, a su sentido del humor. ¿Crees que su obra aún no goza del debido reconocimiento público y oficial?
-No. O, tal vez matizando algo: goza de reconocimiento (tiene todos los grandes Premios –Cervantes, Príncipe de Asturias, de las Letras Españolas- excepto el Nobel) pero no de suficiente conocimiento. A la gente “le suena”, pero no lo ha leído, que es el mayor homenaje que se puede hacer a su obra. De ahí mi personal empeño en potenciar su lectura: porque creo que, además de hacernos disfrutar, nos hace mejores, más libres, más abiertos, más tolerantes, más exigentes con nosotros mismos.

Tal vez si se consiguiera llevar al cine sus grandes novelas Muertes de perro y El fondo del vaso, y a la televisión una serie basada en Los usurpadores y La cabeza del cordero, se promovería más su lectura, como ocurrió con Torrente Ballester a propósito de Los gozos y las sombras.

-¿Ganará el Nobel?
-Creo que, por desgracia, no ganará el Nobel. Nunca se ha concedido el Nobel a una persona centenaria. Pero en su caso, como en de otros grandes escritores, ni conseguirlo añade, ni no conseguirlo resta nada a su producción literaria. En esto comparte destino con su amigo Jorge Luis Borges.

-Y ya para terminar, Manuel Ángel, ¿cómo me definirías la palabra “dignidad”?
-Dignidad es calidad (humana, profesional, etc.), es responsabilidad y decencia, es fidelidad a valores e ideales nobles pero concretos y, para mí, es servicio a los demás. Sobre todo, es mantenerse íntegros e insobornables ante nuestras convicciones más profundas.

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