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¿Aprenderemos algo?

Publicado el 26 marzo 2020 por manuguerrero

Nada une tanto como la muerte o el miedo a morir. Eso explica el auge y popularidad de todas las religiones del mundo, desde el comienzo de la Historia. Pero a veces se nos olvida y tiene que venir la realidad a recordárnoslo. Es lo que nos está ocurriendo ahora. El coronavirus nos ha puesto en jaque y la primera reacción llamativa ha sido la de unirnos para aplaudir en los balcones, un hecho extraordinariamente emotivo que nos define como sociedad. Pero, ¿qué quedará de ese gesto cuando la pesadilla acabe? ¿Olvidaremos pronto ese terremoto de solidaridad y compromiso que sentimos cuando tenemos al enemigo cerca? Y lo más importante de todo: ¿servirá esta dramática experiencia para hacernos mejores, a todos los niveles? Para comprobarlo, sin duda, tendremos que esperar, pero sería saludable que reflexionáramos sobre qué podemos sacar en claro de esta grave situación.

  • Somos frágiles.  La gran lección que nos está dando el Covid-19 es que las personas somos inmensamente vulnerables. Cuando la vida nos sonríe se nos olvida esa fragilidad y, por descuido o ignorancia, cometemos el error de alterar las verdaderas prioridades de la vida. Ahora estamos comprobando que un bichito hiperminúsculo, escondido en una invisible gota de saliva, puede acabar con nuestra vida en apenas 2 semanas. La única forma de evitarlo es invirtiendo en ciencia y en el sistema sanitario, al que, por cierto, desde 2010, se ha sometido a cuantiosos recortes presupuestarios (alrededor de 20.000 millones de euros). Estar vivo es un privilegio insuficientemente valorado.
  • El Estado, imprescindible. En España llevamos décadas discutiendo el modelo territorial y la gestión, centralizada o no, de los servicios básicos. Las autonomías y las entidades locales, por supuesto, han demostrado su eficacia en la administración de los asuntos públicos, pero ante grandes amenazadas, como las de carácter sanitario, es imprescindible una respuesta coordinada: para comprar material a gran escala, para gestionar alertas (sé que existe un Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, pero ¿qué ha ocurrido ahí desde el 30 de enero -cuando la OMS declaró la existencia de un riesgo de salud pública de interés internacional- hasta el 14 de marzo, día en el que se decretó el estado de alarma? ¿han fallado los protocolos? ¿han reportado los centros hospitalarios toda la información que tenían sobre supuestos casos de coronavirus? ¿han podido detectarlos?) y, por supuesto, para la tarea asistencial: ¿Qué hubiera sido de esta pandemia sin el Cuerpo Nacional de Policía, la Guardia Civil o la Unidad Militar de Emergencias?
  • El modelo económico no funciona. Al margen de los errores que se hayan podido cometer en la recepción y valoración de datos y en la toma de decisiones, la gran sangría que se ha producido en España a cuenta del coronavirus es por culpa del modelo productivo, impotente ante estas situaciones de necesidad. Desde hace 20 años, China es la fábrica del mundo. Deslocalizar la fabricación de bienes esenciales tiene sus riesgos, como estamos desgraciadamente comprobando. El material de prevención sanitaria no está llegando a tiempo porque los mercados están colapsados: un único país no puede proveer al resto del mundo con tan poco margen y, mucho menos, cuando el país productor ha sido el primer afectado por la pandemia. No es cuestión de dinero, es cuestión de logística. Pero es conveniente saber que el mercado somos todos. Como compradores individuales tenemos un poder inmenso. Cada euro de nuestros gastos es una inversión en un modelo u otro. Acostumbrarse a comprar en Amazon o elegir siempre el producto más barato, sin más consideraciones (ecológicas, sociales o de calidad), es invertir en este modelo ruinoso, impotente y peligrosamente contaminante.
  • España necesita otro himno. La música, en general, tiene un valor terapéutico. La escuchamos porque nos hace sentir bien. En el caso de los himnos, además, tiene un componente aglutinador, debe servir de pegamento social. ¿Y cuándo es más necesario sentirse grupo que para derrotar a la desgracia? A mí, personalmente, que no me emocionan los símbolos ni las banderas, me conmueve ver a los italianos cantado en los balcones su himno nacional para exorcizar el miedo. Nuestro himno, en cambio, por no tener letra, no se puede cantar. En estos días aciagos, la marcha real española nos ha abandonado: no sirve para emocionarnos juntos, para gritar que somos un pueblo grande y que saldremos airosos de esta batalla cruel. Sí lo ha conseguido, en cambio, ‘Resistiré’, una emocionantísima canción que escribió Carlos Toro para el Dúo Dinámico y que estos días se ha convertido en el oficioso himno nacional: «Resistiré, erguido frente a todo. / Me volveré de hierro para endurecer la piel / y aunque los vientos de la vida soplen fuerte / soy como el junco que se dobla, / pero siempre sigue en pie». En mi opinión, un himno debe ser útil especialmente en los momentos difíciles.

El panorama es desolador y el desastre económico y financiero que se avecina es incalculable pero hay que confiar en el futuro. Los médicos que se están jugando la vida ayudando a las víctimas del coronavirus no son de otro planeta. Son como todos los demás. Aunque a veces se nos olvida, la bondad también viene de serie en la genética del ser humano.




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