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¿Cómo será la España real?

Publicado el 13 enero 2009 por manuguerrero

Nací en el año 79. Cuando apenas tenía diez o doce años y empecé a leer prensa diaria, España, mi país, ya había entrado en la Unión Europea, por lo que, por ser uno de sus miembros más pobres, recibía importantes sumas de dinero. Se trataba, lógicamente, de igualar los desequilibrados PIB de unos y otros. Por ello, mis ojos de infante escrutador no veían más que crecer considerablemente las estructuras de este país: más y mejores carreteras, tren de alta velocidad, escuelas mejor equipadas, nuevos polígonos industriales etc… 

Con esos 125.000 millones de euros que ha recibido desde entonces, España ha cambiado casi por completo de fachada. Este país poco o nada se parece al de 1986 aunque, seamos certeros, no podemos aseverar que todo el dinero llegara al fin predestinado sencillamente porque nunca hubo un inspector encargado de testificarlo. Pero supongamos que todo está en su sitio.
 
Años después, a finales de siglo, la España subvencionada se abrió de brazos, por no decir también de piernas, a las prácticas neoliberales procedentes de Estados Unidos, por lo que al mismo ritmo que se absorbía dinero público a porrones, se privatizaban empresas estatales pensando que quién mejor que los amigos para gestionar asuntos tan importantes como la telefonía, la electricidad, el gas, la aviación civil… Y así de sopetón, millones van, millones vienen, parecía que todos éramos ricos: Los cubatas a 8 euros y los pisos a 400.000.
 
España crecía a un 4% gracias, fundamentalmente, a un lavadero de billetaje sucio llamado sector-de-la-construcción. Aunque era evidente que algo funcionaba muy mal, nadie alzaba la voz porque todos sacaban partido de los turbios malabares de comprar-vender-figurar. Sobre esto podríamos escribir una tesis doctoral, pero con su permiso no me voy a extender porque, supongo, usted también está saturado.
 
El caso es que en 2008 la burbuja explotó de verdad: adiós a las subvenciones europeas (ya hay países mucho más pobres que nosotros), adiós al truco del almendruco (cuando se han levantado las cartas de beneficios, el neoliberalismo no ha resultado ser lo que parecía) y adiós a sor Construcción, que de tanto rezar le ha cogido manía a todo el santoral. El caso es que ya hay tres millones de parados y varios millones más están, desgraciadamente, a la espera de ser también requeridos por el INEM. Aunque nadie lo quiera reconocer.
 
Descorrida la cortina y roto el espejismo, me pregunto qué ocurrirá con este país a partir de ahora. Sus cuentas comerciales son desfavorables y ni los cuartos que dejan aquí los 60 millones (menguantes) de turistas que nos visitan cada año pueden equilibrar la ecuación decisiva importaciones-exportaciones. La banca está tiritando (de frío y de miedo), el sector del automóvil pierde aceite, la agricultura ya no es competitiva, el textil viene de China (y no de Alicante), la energía no la producimos nosotros y para colmo los beneficios de Telefónica ya no son para el Estado. Aún así España sigue siendo la octava potencia mundial en Producto Interior Bruto, aunque no sabemos si pronto le pasará lo que le ocurrió a Adolf Merckle justo antes de suicidarse. Que tenía un patrimonio valorado en 10.000 millones de euros y debía 16.000. Aunque, a efectos teóricos, seguía siendo un discreto multimillonario.

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