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Paco Ibáñez y los escritores inconexos

Publicado el 23 marzo 2009 por manuguerrero

Reconozco que es una pasada (admítanme por favor el coloquialismo) que Paco Ibáñez te sugiera: ¿Y por qué no aprendes a tocar la guitarra? No hombre, yo tengo un oído aquí y otro en Segovia, le contesté. A lo que remató: ¿Cómo va a ser así con esa música que te gusta?

Durante un buen rato, es verdad, estuvimos conversando sobre nuestros gustos comunes: Brel, Montand, Brassens, Chocolate, Cabrero… y él me cantaba cada dos por tres: Ne me quitte pas, Bella Ciao, Le bon Dieu… Qué gustazo escucharlas en su voz y guitarra, precisamente ésas que son de mis canciones favoritas de cuantas he conocido en mi vida. De verdad.

Lo veía emocionado, como un zagal, por lo que imagino que ese puñado de canciones es al que recurre en las tardes en las que los sentimientos aprietan. Y entre ese repertorio de primeros auxilios, también textos en castellano, por supuesto, y nos detuvimos en mi paisano Góngora, a quien ambos profesamos admiración.

¿No les parece un poema infinito? Es sencillamente inmortal. Está tan vivo como hace cuatro siglos, cuando fue compuesto. Lo que ocurre con Góngora es curioso ¿verdad? Hay quien lo detesta –y mucho-, por su difícil, a veces, compresión, pero a la vez hay lectores, de identidad radicalmente opuesta, que lo adoran hasta el agotamiento. Lo ama Paco Ibáñez, pero también lo ama Jorge Luis Borges, que poco quería saber de la literatura española. De hecho, la detestaba. Salvaba de la quema al susodicho y a Séneca, otro cordobés. De los demás solía hablar incluso despectivamente. De Lorca, por ejemplo, dijo una vez: “Nunca me interesó, ni él ni su poesía. Me pareció un poeta menor. Bueno, un poeta pintoresco, una especie de andaluz profesional (¿?). Supongo que en España lo han olvidado. Las condiciones en que murió fueron favorables para él. A un poeta le conviene morir así. Ojalá yo muriera ejecutado […] Supongo que tuvo la buena suerte de ser ejecutado. Yo charlé una hora con él en Buenos Aires y me pareció un hombre que actuaba”. Y lo que llega a ser peor, se marchó de una representación de Yerma porque le parecía tonta.

Me quedé abrumado cuando lo leí, aunque ya conocía algunas de sus felonías. A lo largo de su vida había estrechado la mano de Pinochet, apoyado al Teniente General Videla y descreído de la democracia, ese “curioso abuso de la estadística”. Fue un hombre que despreció la realidad en la misma medida que la realidad lo despreciaba a él. Pero sólo gracias a eso, a vivir al margen del mundo, recluido en su jardín y en su biblioteca, desarrolló una Literatura por encima de la vida, llevando al límite aquella frase de Mallarmé: “El mundo existe para llegar a un libro”. Y se convirtió, al fin, en lo que deseaba, en un HombreLibro.

Llegábamos hasta aquí por culpa de Góngora, que igual seduce a un anglófilo de derechas que a un anglófobo de izquierdas, algo que le ocurre también al mismo Paco Ibáñez. Gusta de igual forma a los que detestan la poesía como a quienes no soportan la música. Un gran mérito teniendo en cuenta que para unos será la puerta de acceso a Machado, Lorca, Miguel Hernández, Bécquer; y para otros, la única vía para llegar a Brassens o a Roberto Murolo, mi último descubrimiento, por recomendación precisamente suya. Te agradezco la sugerencia, señor Ibáñez, aunque por amor a mis queridos amigos, lo de aprender a tocar la guitarra lo dejaré para otro con mejor oído. Yo me quedo con esto de ser un escuchante obsesivo.

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