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No solo el profesor tiene la culpa

Publicado el 17 septiembre 2009 por manuguerrero

En muchos sentidos pertenezco a la generación sandwich. Cuando empecé a estudiar primaria ya no se estilaba lo de la regla de madera para poner orden en clase (aunque es verdad que don Baldomero recurría a ella para apaciguar a las fieras -los demás nos poníamos firmes sólo al ver su mastodóntica envergadura-) y cuando terminé la carrera aún no existía Facebook ni Youtube. Por entonces, nadie nos advertía que acercarse a las chicas era pecado, como antaño, pero la edad de iniciación sexual aún no había bajado hasta los ¡trece años! Heidi no era una chica moderna, pero aún, por suerte, no cenábamos con nada parecido a Física o Química

Ahora, de repente, y en medio de este descalabro político-comercial casi irresoluble, se ha puesto de moda hablar de la autoridad del profesor. Es cierto que dan ganas de llorar al verle los gallumbos a ese pobre hombre cuando uno de sus alumnos “aventajados” le baja los pantalones para risa de sus colegas, pero de ahí a que sea práctico que la Comunidad de Madrid trate, por ley, de instaurar la autoridad del docente, hay un viaje muy largo en el que muchos no han pasado por el revisor.

En primer lugar creo que lo mejor sería distinguir entre maestro y profesor. Convencionalmente está muy claro. Maestro sería el que, tras haber estudiado Magisterio, imparte su ejercicio en la educación primaria y profesor el que, con una licenciatura específica, ejerce, por lo común, en secundaria. Para mí la diferencia es otra. Un profesor es aquel que imparte conocimientos, que sigue unas pautas marcadas por el órgano competente y que al final de curso evalúa los conocimientos y destrezas de sus alumnos. Un maestro, entiendo, es otra cosa. Es un tipo que desempeña todo lo anterior demostrando un compromiso ético, alguien que, por encima de todo, te enseña a vivir, estés dentro o fuera del aula habitual. Te descubre lo que vale equis en una ecuación de segundo grado, el valor de una preposición en una frase compuesta o qué clima viste la meseta subbética, vale, pero siempre con el valor de la humanidad y una actitud comprometida por delante. Por lo general, un profesor necesita ganarse el respeto. El maestro, de partida, lo tiene, puesto que el alumno percibe (conscientemente o no) que, gracias a él, está siendo mejor persona. Un profesor se empeña en captar la atención. Un maestro sólo se juega perderla.

En mi carrera estudiantil he tenido demasiados profesores y sólo un puñado de maestros: Don Manuel, doña Isabel, don Juan Pedro, don Baldomero (sí, don Baldomero, que con el tiempo dejó de usar la regla), don Matías, don Pérez Guillén, doña María Dolores, doña Lourdes, doña Mari Sierri (que en gloria esté) y alguno más de la facultad que, por recientes, prefiero no nombrar. Me acuerdo de todos y puedo asegurar que jamás vi a un compañero faltarle el más mínimo respeto a alguno de ellos, por más que yo siempre estudiara en centros repletos de niños provinientes de lo que ahora se conoce como familias desectructuradas. En cambio, sí he sentido en más de una ocasión vergüenza ajena viendo cómo un niño amenazaba con golpear a una profesora de matemáticas. Casualidades de la vida: a una que nos faltaba el respeto a nosotros apareciendo por clase sólo cuando no tenía otra cosa que hacer.

Pero ¿por qué ahora trascienden tantos casos de alumnos que faltan el respeto a sus profesores? Para responder a esto, deberíamos cuestionarnos otros muchos asuntos: ¿Por qué hay tantos profesores que faltan el respeto a sus alumnos? ¿por qué hay tantos padres que faltan el respeto a sus hijos? ¿por qué hay tantos que no se exponen como padres, sino como coleguis? ¿por qué hay tantos personajes públicos que no respetan a otros personajes públicos? ¿por qué esos personajes no respetan a sus telespectadores? ¿por qué tantos políticos no cumplen ni hacen cumplir las normas que aprueban? ¿por qué la Justicia es un chiste? ¿por qué hay tantos empresarios que se ríen de sus subordinados? ¿por qué hay tantos empleados que desprecian su trabajo? ¿por qué no iba a haber violencia en las clases si la hay por todos lados? ¿por qué estos interrogantes no adquieren el mismo rango que la custodia de Andreíta?

En institutos y escuelas creo que todo sería más fácil si hubiese menos profesores y muchos más maestros. Un momento. ¿Y qué determina que alguien sea un maestro o un profesor? Creo que algo tan sencillo como la vocación, el compromiso ético, el estar a gusto en un aula y saberse consciente del valor de cada uno de sus gestos, de cada una de sus palabras. Un busto difícilmente sea emocionante si su escultor no puso, de primeras, dedicación y entusiasmo, aparte de cincel y técnica.

Hace algunos años estudié el CAP. Creo que muchas de las teorías de la pedagogía moderna deben reconocer su estrepitoso fracaso. Una clase de instituto no es una reunión de amigos ni el plató de Sálvame. A clase no se va (des)vestido como a la playa. La Revolución Francesa no puede interrumpirse por un mensaje de móvil. En definitiva, que sin disciplina y autoridad (no confundir respeto con miedo) no llegamos a ningún sitio, como dice, con buen criterio, mi querido amigo Álvaro, que de esto, como de todo, sabe más que yo.

Termino, no quiero dar a entender que soy un pesimista sin remedio. Tampoco soy un retro, no defiendo las viejas formas, pero dejadme que me siga preguntando por qué es tan difícil acceder a la Facultad de Medicina y tan fácil a la de Magisterio.

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2 Comentarios en esta entrada

  1. Miguel Says:

    Estimado compañero,

    al leerte concluyo que estoy en gran parte de acuerdo contigo. La expresión: «en gran parte», subyace a otra que significa que existe una menor parte correspondiente a otro conjunto.
    Manolo, (como solía, y suelo llamarte), no estoy de acuerdo cuando dices que el profesor necesita ganarse el respeto, y el maestro, de partida lo tiene, sólo se juega perderlo.
    Como bien sabes, vivo el día a día en las aulas de dispares centros de educación primaria, y mi experiencia docente argumenta que no es así. Tanto el profesor como el maestro necesitan ganarse el respeto, que de partida, nadie tiene; es más, cuando llegas a clase y eres «nuevo», la palabra nuevo adquiere aquí el sinónimo de víctima o «pringao», tanto en secundaria como en primaria.
    La cosa va más allá cuando encima, se necesita ganarse el respeto del colectivo de padres y madres. Sí, ese colectivo que por experiencia propia te denuncian cuando «sancionas» (castigar no está bien visto) a su hija sin recreo por llevarse una hora entera de «cono» riéndose con las amiguitas (por cierto, al final la denuncia no llegó a nada).
    En fin compañero, sabes que compartimos alguna que otra aula en alguno de los MEJORES (con mayúsculas) institutos de Córdoba, y la cosa ha cambiado muy a nuestro pesar: a peor.
    Pero como dice el título de esa antológica película: «SIEMPRE NOS QUEDARÁ EL GRAN CAPITAN».

    Un fuerte abrazo y… FELICES FIESTAS

    Miguel López Fernández

  2. manuguerrero Says:

    Querido amigo Miguel, seguimos estando de acuerdo (en lo del Gran Capitán, sin discusión alguna, experiencia que vivimos muy cerca el uno del otro) en casi todo, pero creo que utilizamos la palabra «maestro» de distinta manera. Para mí, es un término general y absoluto, no como el enseñante de primaria sino como el que dentro o fuera de los centros educativos, te enseña a vivir. Hecho que, por su naturaleza, le infiere respeto y admiración. Tú y yo, estoy seguro, hemos compartido algún maestro.

    ¡Gran abrazo y feliz 2012!

    Manu

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