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Loquillo y Sabino, después de todo

Publicado el 24 noviembre 2012 por manuguerrero

Loquillo y Sabino Méndez

Una de las máximas que he procurado no violar nunca es la de no soltar una palabra fea de alguien que alguna vez fue amigo. Es inevitable que la vida te lleve por caminos insospechados y que personas que estuvieron cerca, por voluntad o circunstancias, dejen de estarlo y surja un sentimiento incluso de agravio, que alguno de los dos se sienta decepcionado o traicionado. Pero es entonces cuando creo ha de florecer la compostura, el código personal de buenas conductas. Habitualmente ni se eligen los comienzos ni se eligen los finales. Aceptarlo tal cual puede ayudarte mucho a sortear los innumerables obstáculos de la existencia.

Por eso me sorprendí tanto cuando, años después de que Loquillo y Sabino Méndez dieran por finalizada su relación personal y profesional (recordamos que el último fue fundador, guitarrista y compositor de Loquillo y Trogloditas durante sus primeros diez años de vida, y autor de algunos de sus más celebrados éxitos como Cadillac solitario, El rompeolas o El ritmo del garaje) comenzaran a airear públicamente sus trapos sucios. Sabino incluso publicó un libro de indudablemente mérito literario (Corre Rocker. Crónica personal de los ochenta) donde, sin embargo, ponía a parir a su viejo compañero del alma, sobre el que todo conocía, desvelando intimidades que otro no hubiera perdonado nunca. Desde luego, Loco tampoco se quedó atrás, apoyado por el enorme interés mediático que siempre ha suscitado su personaje. De mí  no saldrán los piropos que en esos años de oscuridad el del Clot, en algunas noches de farra, me contó acerca de su viejo compañero. El tándem les había proporcionado éxito y mucho dinero y, por tanto, entiendo, que respeto para siempre. No sé, un pacto entre caballeros, por ejemplo. Pero lamentablemente no fue así.

Siempre pensé, no obstante, que aquello podría ser un encarnizado  y amañado juego entre dos estrellas de rock, y que la leyenda seguiría forjándose a favor de ambos si seguían con esa lucha de titanes, estrategia que me parecía igualmente despreciable. La fealdad es siempre fea por pasta o convicción.

Ahora, 23 años después de aquella sonora disputa y de un acercamiento titubeante, han vuelto a trabajar juntos y han sacado a la luz La nave de los locos, un contundente disco de rock que ha vuelto a situar al catalán en lo más alto de las listas de ventas. En efecto, es un gran trabajo (nadie dudó nunca de la habilidad escritora de Sabino Méndez, uno de los grandes letristas del rock español) que coincide con un Loquillo en su mejor momento vocal, atemperado por el peso de los años. Diez canciones escritas a lo largo de tres décadas que, sin embargo, siguen estando calientes, y que se ajustan a los deseos de los viejos fans, aquellos que se forjaron con los primeros discos y que no se arrimaron (o lo hicieron con despecho) a los discos compuestos y trabajados por Gabriel Sopeña, el artista que más ha aportado a la trayectoria del cantante catalán. Loco entró en el Olimpo del Rock con La vida por delante, posiblemente su disco más perfecto. Porque es el tiempo -y no las radiofórmulas ni el comercio- el que reparte los papeles de la Historia.

Salvo ocho o diez canciones de factura visceral (La mataré, Cadillac, Rock suave, Todo el mundo ama a Isabel…), el repertorio eterno -el que se escuchará cuando él ya no esté o no pueda subirse a un escenario- estará compuesto por sus discos más teatrales: Balmoral, Mujeres en pie de guerra, Con elegancia, Su nombre era el de todas las mujeres o el ya citado La vida por delante. Porque sus canciones están escritas o seleccionadas para perdurar, como la clásica arquitectura romana.

Pero sea bienvenida La nave de los locos. En primer lugar porque reúne canciones muy bien empaquetadas, con textos sugestivos y precisos, pero sobre todo porque en estos tiempos de penumbra y desesperanza se agradece el reencuentro de dos viejos amigos que alguna vez se quisieron, lo hagan ahora por dinero o por amor.


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