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Esa joven punk…

Publicado el 08 enero 2008 por manuguerrero

 

Era punk. Sin duda. Años atrás pensaba que era hippy, por el argumento facilón de que vestía ropa colorida, amaba la naturaleza y de vez en cuando parecía estar muy fumada –alguna vez lo estuvo, como se puede comprobar en la fotografía-. Pero ahora creo estar en lo cierto: Pipi era punk, pero punk de las de verdad. Por encima de las apariencias, esta niña pelirroja y multipecosa era anticonvencional. Vivía sola – junto a un monito, un caballo y algunas ratas-, odiaba la escuela –y por tanto, no iba-, no respetaba la autoridad, amaba el medio ambiente y era esencialmente rebelde y feminista. Su padre era un pirata y de su madre sabíamos más bien poco. Se acordaba de ella en muy pocas ocasiones… En el capítulo Pipi y la Navidad le dedicó unas palabras mirando al cielo, pues más que una difunta, decía que era un ángel.

Además Pipi era okupa, personaje redondo para definir una actitud, la contestataria.

Estos días se está celebrando en Suecia un ciclo de actividades culturales para recordar la vida y obra de Astrid Lindgren, autora de las historias de Pipi Calzaslargas, ahora que se han cumplido los cien años de su nacimiento. La historia es curiosa. Astrid se crió en un ambiente idílico, entre lagos, bosques y montañas de cuento de hadas. Más tarde emigró a Estocolmo, donde con dieciocho años fue madre soltera y trabajó en diarios locales, escribiendo textos navideños y otras historias cortas. Ya casada tuvo a Karin, una niña que con siete años cayó enferma de neumonía y que le pedía historias para matar los días. Fue entonces cuando Astrid decidió escribir las historias de Pipi Calzaslargas. Bendita enfermedad de Karin.
 
Desde el principio el libro suscitó serias controversias. Pedagogos, abogados y psicólogos no se ponían de acuerdo acerca de la conveniencia y los efectos de la historia sobre los más pequeños, que eran quienes principalmente disfrutaban con ella. Aunque creo yo que el peligro no recaía sobre las almas inocentes de los infantes sino sobre las mentes cuadriculadas de los adultos, con poca educación sobre el extraordinario mundo de la fantasía.
 
Pipi era –mejor dicho: es- gamberra y transgresora, tanto que marcó un antes y un después en la literatura infantil. Era una historia divertida que quedaba muy por encima del carácter moralista de la gran mayoría de historias escritas para niños. Aunque hoy vengo a decir, precisamente, que las aventuras de Pipi están cargadas de grandes dosis de ética y estética punk. Ella se lo hacía todo solita y sabía decir no a la policía, a la mujer que pretendía ser su institutriz y a todo aquel que se cruzara en el recorrido de sus deseos y en el de sus amigos.
 
La fascinación por Pipi continúa viva sesenta y dos años después de su publicación. En parte porque se trasladó a la televisión y fue vista por millones de niños de distintas generaciones pero también porque es una historia que recoge las inquietudes de todo aquel inconforme con el mundo que ve y vive, que es algo que nos pasa a la gran mayoría de todos nosotros, aunque algunos vayan renunciando a la par que van apagando velas.
 
Pipi sigue siendo un personaje moderno. El libro y la serie de televisión continúan reeditándose y gozando del gusto de los nuevos niños, cuestión que me alegra porque la independencia de esta niña va en contra de la educación dirigista tradicional y rompe con los tópicos que siempre han acechado al género femenino. Era actual en 1945 y sigue siendo actual -para bien o para mal- en 2008. Igual es porque su peinado es llamativo y rompedor. O quizá sea porque la buena gente siempre cae bien, independientemente de las circunstancias. El caso es que yo aún creo en las revoluciones.
 

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