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¿Debe el Estado recoger la telebasura?

Publicado el 26 noviembre 2007 por manuguerrero

El Gobierno, tras la alarma suscitada hace unos días por el asesinato de Svetlana, quiere reunirse con las cadenas de televisión privadas para acabar con la relación telebasura y violencia doméstica. Por enésima vez nos encontramos con el mismo trinomio: Estado, empresa privada y bien común.

Como era previsible, los representantes de las cadenas más importantes se niegan a asumir imposiciones del Ejecutivo aunque exponen buenas intenciones y dicen apostar por la autorregulación. Pero ¿qué ocurre? Los códidos deontológicos y otras fórmulas de autocontrol han quedado en evidencia -por su ineficacia- durante los últimos años. Creo que no es necesario demostrar que las cadenas violan diariamente los acuerdos –incluso legislativos- sobre programación en horario infantil, cuotas de publicidad y contraprogramación.

¿Cómo resolver entonces esa encrucijada? ¿Quién debe controlar los contenidos perniciosos de los medios de comunicación? ¿Todo vale para ganar audiencia? Creo que los razonamientos del Gobierno esta vez sí concuerdan con los del sentido común: no se deben emitir programas que dañen la integridad o dignidad de cualquier individuo por mucha audiencia y dinero que puedan generar.

El caso de Svetlana es directamente de juzgado de guardia, pues el programa la engañó para que su expareja pudiera pedirle reconciliación y así propiciar una escena de morbo sentimental. El éxito estaba garantizado. Obviamente, el equipo de El diario de Patricia no sabía que el tipo en cuestión era un maltratador, pero no lo sabía precisamente porque no lo preguntó. Que una mujer no quiera mantener relación con un hombre cualquiera es motivo suficiente como para no molestarle. Ni llamarla por teléfono siquiera. ¿Por qué entonces engañarla y propiciar el encuentro entre ella y su maltratador? La mala intención existe desde el momento en que la dirección del programa busca ganar dinero sin importarle un pimiento las razones por las que ella lo ha abandonado. La negativa en público de Svetlana y el ridículo consiguiente no hicieron más que engrandecer la rabia y la violencia de su hombre despechado. ¿Se hubiera evitado una muerte si el programa no hubiera entrado en un terreno tan empantanado e íntimo? Mejor ni pensarlo…

El diario de Patricia es un programa aberrante porque a diario convierte en espectáculo las conductas más miserables del ser humano. Hace varias semanas un hombre de Jaén, de unos treinta años de edad, besaba desmesuradamente los zapatos de su exnovia porque ésta lo había abandonado por marcharse con unos amigos a Cuba. Él lloraba desesperado, le besaba los zapatos, le rogaba que volviera con él y juraba ante Dios que las cubanitas cuyas fotos guardaba en su cartera eran sólo amigas. Aunque aparecieran abrazados.

Creo que igualmente preocupante es el análisis sociológico que se deriva de su éxito comercial: el telespectador que conecta con ese tipo de programas se ríe de la desvergüenza, la locura o la enfermedad de la mayoría de sus invitados. Esa tarde me quedé veinte minutos viendo el programa porque me proporcionaba una sensación de extraña felicidad pensar aquello de qué tío más imbécil … Hasta que su propia imbecilidad fue la que me echó de Antena 3. ¿Debe intervenir el Estado o la Justicia cuando alguien se lucra de situaciones denigrantes? ¿Quién debe denunciar cuando los denigrados están hundidos en su desesperación?

Pero El diario de Patricia no es el único caso de telescoria. La televisión escupe horas y horas de escoria al día. Y a todos se nos llena el salón de escoria porque por mucho que tratemos de controlar nuestro consumo o el consumo de las personas a nuestro cargo, siempre acabamos tropezando con circunstancias que jamás hubiéramos elegido. Es tremendamente injusto que dos o tres millones de personas decidan siempre por la programación que acabamos sufriendo los cuarenta y cinco millones de personas que vivimos en este dicho país.

Sí, ya sé que las principales emisoras de telescoria son privadas, pero usan el espacio público para su distribución, el ambiente, nuestro ambiente y sus mensajes y perversiones acaban llegando a todo el mundo: a nuestros profesores, a nuestros médicos, a nuestros niños, a nuestos amigos y amantes, a nuestros políticos. Es imposible esquivar la telescoria porque es omnipresente. Forma ya parte del ecosistema actual. Y creo que la Administración debe intervenir. Pago mis impuestos para que me garantice un estado mínimo de seguridad. De seguridad urbana, pero también de seguridad mental.

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